Crisis existencial. En el futbol pueden dilapidarse fortunas, agotarse herencias y perderse capitales, pero en los tres casos, el dinero es un bien que puede recuperarse con trabajo, tiempo, inversión y conocimiento; lo que no vuelve es el prestigio y la credibilidad: una vez que se han agotado estos bienes, que no son patrimoniales sino personales, no hay forma de recuperarlos. El Barça está en ese momento oscuro en la existencia de toda institución en el que debe cuidarse de los personajes que manosean su patrimonio y confunden su identidad. Hundido en una crisis económica y deportiva, no puede darse el lujo de caer en una crisis de personalidad desencadenando todos sus males: si este club deja de parecerse al club que alguna vez admiramos, lo único que quedará será un estadio, un escudo, unos colores y una marca; nada que un oligarca ruso, un comerciante chino o un petrolero árabe no puedan comprar para después rematar.
El corazón del futbol. Hay tres cosas que le quedan a un futbolista cuando se retira: deudas, dolores y recuerdos. De las deudas se encargan los bancos, de los dolores los terapeutas y de los recuerdos la gente que más los quiere. En los próximos días, 18 jugadores serán elegidos para entrar al Salón de la Fama del Futbol Internacional, un organismo que se ha encargado de recoger, guardar y proteger la memoria que los aficionados van perdiendo en los estadios y los momentos que los medios van archivando en los estudios. La fama, que suele ser efímera, cobra un valor fundamental cuando se convierte en un bien que se comparte con otras personas y no en un mal que las aleja. No se trata de crear fama y echarse a dormir, sino de dormir bien conviviendo con ella. Instituciones como el Salón de la Fama se encargan de cuidar un espacio determinante que hace coincidir a los aficionados, los jugadores y los periodistas en un mismo lugar: el corazón del futbol.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo