
Si existe algo difícil en el ejercicio de la Medicina es trabajar en el sector privado, donde no resulta nada fácil contar con una agenda de pacientes que acudan a solicitar sus servicios. Primero por desconocimiento del clínico, y segundo porque no hay nadie que los recomiende.
Algo así le sucedió al Dr. Arthur Conan Doyle (1859-1930), quien tras haber egresado como médico de la prestigiosa universidad de Edimburgo, reunió con muchas dificultades un pequeño capital para abrir un consultorio en Southsea, en Portsmouth, colocando en el exterior del establecimiento un letrero donde se anunciaba como especialista en Oftalmología.
Por desgracia los pacientes eran pocos, algunos le quedaban a deber la consulta, otros cancelaban la cita,y los menos lo dejaban plantado. ¿Qué era entonces lo que hacía en esas horas muertas el joven oftalmólogo? ¿Dormitar en su escritorio? ¿Garabatear en las hojas del recetario? Es posible, solo que la falta de dinero le acarreaba deudas, y esto lo obligó a cambiar de horizontes y poner en práctica como una profesión algo que ya sabía hacer: escribir.
En sus días como estudiante fueron de mucho beneficio las lecciones aprendidas con el Dr. Joseph Bell quien le enseñó algo muy importante y que sin saber serviría para su proyecto literario: Observación, Lógica y Deducción —elementos fundamentales para el estudio y el análisis de un caso; y de la primera que es parte del Método Científico—. La excéntrica personalidad del profesor lo impactó de tal manera que para sus biógrafos existe la posibilidad de que éste haya sido el modelo para darle vida a su personaje más famoso: Sherlock Holmes, y que su asistente y amigo, el Dr. Henry Watson, sea una proyección suya. Algo debe haber de cierto, porque el primero deduce lo que el segundo cuestiona.
Arturo Pérez Reverte dice que un escritor es por lo que lee, por lo que vive y por lo que imagina. El Dr. Arthur fue marino y aventurero. No necesitaba más. Publica en 1887 la primera novela del detective: “Estudio en Escarlata”. Lo más curioso es que dicha obra tuvo más éxito en los Estados Unidos, pero esto en vez de desanimarlo lo impulsó a seguir escribiendo otras narraciones detectivescas, hasta que en 1893 apareció El Problema Final, donde “asesinaba” a Holmes. ¿Las razones? Se había cansado de él.
Las protestas de lectores de todo el mundo y de su propia madre, lo obligaron a sacar de la tumba al detective y retomar sus casos hasta completar cuatro novelas y cincuenta y seis relatos. ¿En su momento algún paciente habrá extrañado al Oftalmólogo? No, ni de broma. Sherlock Holmes se encargó de cerrar el consultorio para emprender juntos grandes aventuras que todavía se leen. A 165 años de su nacimiento recordamos a este gran escritor.