La invasión de las fuerzas armadas rusas sorprendió a los habitantes de Ucrania y al resto del mundo. La difusión de imágenes y testimonios se extendió a la velocidad de la luz. Y de pronto todos estábamos enterados de lo que sucedía en ese lugar que en ruso antiguo significa tierra o región fronteriza. Un país que de la noche a la mañana era atacado por una fuerza poderosa en hombres y armamento. Se repite hasta el cansancio que la Historia es cíclica, aunque la mayoría de las veces lo que regresa son los sucesos negativos, los que mantienen una estrecha relación con las ambiciones y las pérdidas humanas. En pocas palabras el fantasma de la guerra nunca ha desaparecido, solo se ausenta para tranquilizar los ánimos de la humanidad. Pareciera que las ideologías del siglo XX se niegan a desaparecer, tal vez porque todavía muchos las invocan, y están convencidos que solo a través del terror es como se obtienen las victorias. La novedad de esta guerra, porque no se ha limitado a una invasión como se manejó en un principio, es que se está difundiendo minuto a minuto lo que sucede en el frente de batalla. Las perspectivas son de quienes atacan y quienes defienden. Las cámaras de los celulares captan en formato vertical u horizontal los horrores que se viven al momento. Esta avalancha de videos y fotografías captan además las voces de los protagonistas, y los sonidos de las armas que causan el dolor y la muerte. Muestran edificios que se derrumban y casas, muchas casas que pertenecían a familias ucranianas, seguramente adquiridas con trabajo, pero que no son más que escombros entre otros escombros. Aunque es otra guerra la que se libra, el escenario es el mismo. Uno observa fotografías de la Segunda Guerra Mundial, de los Balcanes, de Irak, y el paisaje es muy semejante al de Ucrania, mismo que vemos en las pantallas de nuestros celulares. Desolación, bosques consumidos por el fuego. Vehículos quemados o abandonados a su suerte, totalmente agujerados por balas de grueso calibre. Y además de los cadáveres que se aprecian por todas partes, se ven las enormes filas de gente huyendo de sus hogares. Rostros pálidos que apenas si miran a la cámara y que avanzan con miedo y la tristeza a cuestas. Si alguien quiere ser testigo de esta barbarie ya no tiene que esperar a los periódicos, o a los noticieros de costumbre, ahora la información está disponible en todas las redes sociales las veinticuatro horas y basta que haga un click para atestiguar los horrores que se viven. Aunque se debieran tener muy en cuenta las palabras de Raman Kenoun: en la guerra no hay ganadores. Porque a pesar de que un contrincante supere en número a su adversario y al final logre vencerlo. ¿Qué de glorioso puede tener haber ganado si en el camino eliminaron a gente inocente? Las demandas del presidente de la federación rusa Vladimir Putin nunca se pudieron arreglar en una mesa de negociaciones, procedió como se esperaba: atacando. Desde el primer minuto fuimos testigos de que nadie se lo pudo impedir. Ni la OTAN, ni la Comunidad Europea, ni los Estados Unidos consiguieron detenerlo. Con todo el poder al alcance de su mano, el ex agente de la KGB justificó sus razones, tal vez porque considera a la diplomacia como un asunto de personas débiles. Mientras tanto, el mundo observa cómo es destruida Ucrania sin que exista una tregua, un final definitivo.
José Luis Vivar