Con motivo del 140 aniversario del natalicio del pintor zapotlense José Clemente Orozco, se presenta en el Palacio de Bellas Artes una exposición con más de ciento ochenta bocetos. El genial artista que cubrió con su trabajo infinidad de espacios en diferentes lugares de México y los Estados Unidos, también realizó obras de caballete. Sin embargo, se le relaciona más por sus trabajos como muralista.
En medio de la trilogía de grandes pintores conformada por Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, Orozco tiene coincidencias temáticas con sus colegas contemporáneos, pero resalta su estilo con imágenes de trazos duros que impactan y se quedan en la memoria, como debió ocurrirle cuando era un joven estudiante de la Academia de San Carlos, y le tocó vivir las embestidas de la Revolución Mexicana en la capital del país.
Historiador visual, escenifica sucesos que van desde los orígenes de las culturas prehispánicas hasta la Revolución. Su perspectiva expresionista se manifiesta en los rostros, pero también en la geometría de los cuerpos, sobre todo en los que la deformidad los hace más humanos. La realidad está por encima de lo fantástico, aunque a veces conviven en un mismo plano.
Pero Orozco también tuvo dificultades para su trabajo, porque muchos de sus murales eran espejos en que algunos personajes se veían reflejados. Las críticas prevalecieron por prejuicios sociales, religiosos y políticos. A un sector de la sociedad de principios del siglo XX le costaba trabajo entender que hubiera un pintor que en lugar de plasmar paisajes bellos, se revelaba contra el orden social y las buenas costumbres.
Sin declararse simpatizante del anarquismo o de los comunistas, a través de sus murales y sus caricaturas Orozco plasmaba la explotación y la lucha de las clases sociales. Denunciaba los atropellos, las injusticias, así como también los derroches y los vicios de los poderosos. Aunque también como amante de la belleza supo mostrar otro tipo de imágenes, pero sin perder de vista la dimensión social.
Curiosamente, y a pesar de la fama nacional e internacional que el muralista gozaba, por razones nunca del todo aclaradas a mediados o finales de los años treinta del siglo pasado, se le negó pintar un mural en Zapotlán el Grande, hoy Ciudad Guzmán. Aunque desde muy pequeño él había partido con su familia primero a Guadalajara, y más tarde a la capital del país, aseguraba que nunca se había olvidado de su terruño natal, y deseaba elaborar uno de sus trabajos sin cobrar un solo centavo.
De nada sirvió y el espacio le fue negado. Unos acusan al gobierno municipal de entonces, y otros a los integrantes de la clase alta. Quienes hayan sido, históricamente son responsables de que esa población se haya quedado sin una obra de uno de sus hijos ilustres. En la intimidad Orozco debió sentirse decepcionado, por no dejarlo ser en su propia tierra el hombre de los murales.