A veces me entra la duda de si en Guadalajara en verdad queremos dar el salto del uso del auto particular al transporte colectivo. Si de veras estamos dispuestos al sacrificio que, en muchos sentidos, conlleva el uso del transporte público versus el auto personal. Y si algunas iniciativas en el transporte público no son más que una forma de decir que se está haciendo algo, sin hacerse de verdad.
Es obvio que los usuarios del transporte público querrían su mejora, pero mucho me temo que no tienen voz ni voto para hacerlo valer. La pregunta es, si los incontables automovilistas tapatíos que determinamos el presente y futuro de la ciudad, estamos dispuestos a utilizarlo. Me refiero a los que podemos, que somos la mayoría, y no a los casos especiales que no tienen la posibilidad.
El auto puede ser más cómodo en casi todos los aspectos y más rápido, todavía, en muchas rutas. Está a nuestra disposición en cualquier momento, horario personalizado, desde la comodidad de casa. Y, tema definitorio en estos tiempos, es más seguro. Mientras que el uso del transporte público conlleva esfuerzo, movernos a la estación o parada más cercana, que, para muchos, es un trayecto en auto. De regreso, caminar a oscuras algunas cuadras por calles vacías, o esperar un camión que nos deje, si bien nos va, a la vuelta de casa. El fantasma de la inseguridad, real o imaginada, presente.
No hay traslado más o menos lejano en transporte colectivo que, de puerta a puerta, no signifique mínimo una hora de trayecto; así es en Barcelona, París o Nueva York. Entonces, ¿cuál fue la ventaja del transporte público, por qué no mejor de una vez seguirle en el coche? Y eso, sin entrar al berenjenal de construir obras interminables para implementar nuevos recorridos, los desvíos por “rutas alternas” saturadas, para, al final del día, obtener avenidas y calles más estrechas y complicadas para el auto, que era en realidad lo que queríamos seguir utilizando.
Cada camión hacinado, avanzando a paso de tortuga, deteniéndose en cada esquina y en cada alto, me disipa cualquier duda. Al transporte público debe dársele el lugar que, en justicia, le corresponde en la ciudad. Y los automovilistas ya veremos qué hacer.