Me queda claro que, cuando el destino -o El Altísimo- nos ajusten cuentas, esperemos en muchos siglos o milenios, a Guadalajara se la llevará una tormenta.
Como seguramente a la Ciudad de México la derrumbará un temblor, y aquí sí, esperemos en mucho tiempo, porque ya hay muchos y muy mortíferospor allá. Igual que a Nueva York y Londres las barrerá alguna inundación provocada por el calentamiento global. Las Vegas y El Cairo engullidas por tormentas de arena venidas de los desiertos que las circundan. Sería pretencioso pensar que nuestras ciudades serán eternas. Puede que ni la misma Roma, a la que así llaman, lo sea. Las ciudades, esos bichos raros que incomodan tanto al planeta, desaparecidas de la faz de la Tierra.
Se escuchan truenos lejanos. Pronto rugen demasiado cerca, iracundos, sobresaltándonos. El cielo encapotado, gris plata y violeta profundo. Aguacero inmediato, implacable, empapa al instante con sus ráfagas inclementes. Furia total, ira pura. Truena, relampaguea. Árboles que se mecen despavoridos, incontrolables. Las avenidas vueltas ríos, los -ahora sí- “arroyos vehiculares”, violentos torrentes. El caos triunfante, orgulloso, se ríe de nosotros, de nuestra pequeñez e indefensión. La fuerza invicta de la naturaleza primigenia nos recuerda cada calle que fuera río, cada cauce encementado. ¿Por qué no inventarán autos que naveguen?, pero en corrientes torrenciales, tendrían mucho éxito por estas tierras, quiero decir, por estas aguas.
Diluvios tapatíos. Recuento de daños: árboles caídos, casas inundadas, autos varados por doquier, media ciudad a oscuras, y algún muertito arrastrado por las corrientes, este año, dos. Ya no se puede salir en temporal, la ciudad vuelta peligro, in extremis. No hay planeación que ajuste para una urbe de cinco millones de habitantes en estas condiciones, ni drenaje que alcance para desalojar toda el agua que había, más la que agregamos, encementándolo todo. Mejor aprenderlo, acostumbrarnos. Ni moverse. Velas de antaño salvan la tarde-noche, y que la comida no se eche a perder en el armatoste inerte que llamáramos refrigerador.