En este mundo (¿y por qué digo "este", si no hay otro?) los seres vivientes como tú, lector, y como yo, tecleador, somos además mortales, puesto que Dios o la Naturaleza nos han asignado una caducidad programada, pero al menos podemos aspirar a alguna de las dos formas de inmortalidad: la de fantasmas de larga duración en la celebridad, como los grandes hombres y mujeres que perviven en la Historia y en la Leyenda, o fantasmas de duración corta, como cualesquiera ciudadanos que llevamos una vida personal nada famosa pero seremos breves fantasmas en la memoria de amigos y parientes.
Aquí van algunos fantasmas de las dos categorías, tal como la literatura los espectraliza aún más.
UN ESCRITOR
Se suicidó porque a la mañana siguiente, cuando la borrachera se modificó en la "cruda", recordó a quien le había pedido el prólogo para su libro.
UN CONTERTULIO
Quizá no hay mejor amigo que López. Siempre dispuesto a escucharte, a ayudarte en tus dificultades, a reconocer tus méritos, a alegrarse por tus alegrías y afligirse con tus aflicciones. Es además conversador tan gracioso como discreto, y en la tertulia del café esperamos su llegada e intentamos retrasar su partida... Pero, todo se debe decir, tiene una peculiaridad inquietante: cuando se despide de cada uno con un apretón de manos, lo hace como si con el tacto nos leyera el estado de los huesos y el tiempo que podrían durar.
NARCISO
Contemplándose en la luna del armario, se apuñaló el pecho y cayó muerto.
Pero como el puñal del reflejo no era concreto, el Narciso del espejo permaneció vivo y en pie.
UN POETA
El poeta Edgar Allan Poe vagaba borracho por Baltimore. Era día de elecciones locales y los partidarios de un candidato se apoderaban de los vagabundos, los mendigos y los borrachos y los llevaban por todas las casillas de votación para que llenaran y firmaran papeletas y las depositaran en las urnas. Así, Poe votó innumerables veces por un hombre que no conocía y que seguramente lo hubiera expulsado de aquel condado por malas costumbres.
Cinco días después, Poe moría tras una agonía delirante en el hospital público de la ciudad. Acaso el candidato por el que votó repetidamente salió electo gracias al apoyo de las muchas papeletas de Poe. Lo que ciertamente no habrá llegado a saber es que esa vez, además del escritor, votaron sus fantasmas, los Poe que había en él y que siempre deseaba ahogar en el alcohol.
TESEO
Días y noches y años dando vueltas con la espada oxidándosele en la mano buscó al monstruo en el laberinto y murió de hambre y fatiga sin saber que allí no había más monstruo que el mismo laberinto.
UNO QUE ESCRIBIÓ Y RECIBIÓ UN ANÓNIMO
Quería saber qué rapidez tenía el correo dentro de la ciudad y se escribió una carta a sí mismo, la timbró y la echó al buzón. La recibió tres días después, se dijo que en estos tiempos no es mucha tardanza, abrió el sobre, leyó el papel escrito a máquina, palideció, fue en busca de su esposa y con el cortapapeles la degolló y se apuñaló el corazón, pues había leído en la carta anónima que ella le ponía los cuernos.
EL FANTASMA ATLETA
El fantasma del caballero Ele, que por amor a la rapidez y por mantenerse en forma había estado ejercitándose con éxito en hacer sesenta apariciones por segundo, descubrió un día con horror que se había convertido en el caballero Ele otra vez vivo.
UN ENAMORADO DE CLEOPATRA
Josá Sánchez Henríquez, notario público titulado, estaba tan enamorado del fantasma de Cleopatra, de cuyas apariciones sabía por el National Geographic Magazine y por los documentales de la televisión, que, decidido a convertirse en fantasma para unirse como igual con la bella, la regia, la histórica, la legendaria amada, se pegó un tiro y tras los enojosos trámites se afantasmó perfectamente, pero no encontró a la amada reina porque, siendo ahora un individuo inmaterial, no llevaba encima ni dinero ni pasaporte ni visa, ni etcétera, para trasladarse a Egipto, que es donde la ilustre susodicha fantasma hace sus apariciones tan ovacionadas por los turistas que sí llevan dinero, pasaportes, visas, etcétera.
UNO QUE NO SE HALLÓ EN EL ETCÉTERA
El actor, advirtiendo que su nombre se omitía en la crónica periodística del estreno, en la que solo se decía que "cumplieron bien con sus personajes los experimentados Fulano, Zutana, etcétera", miró el etcétera con una lupa, y entre los muchos nombres que allí había, incluso los de algunos meros figurantes, no estaba el suyo, así que se mató con una pistola de verdad, no la de mero teatro.