Como todos los seres humanos y hasta como todos los seres vivientes, los citadinos somos transitorios —susurra el cronista, a quien el frío conmina a la inactividad y ésta conduce a la haraganería, que es tan propicia al ejercicio filosófico… o filosofoide.
La transitoriedad o la fugacidad o la fantasmalidad (palabras que resultan sinónimos entre ellas) son leyes del tiempo y de la Historia, pero las ciudades las desobedecen. Si las urbes son parte, aunque artificial, de la geografía concreta, es porque están hechas de materiales más resistentes al tiempo y quieren “perdurar en su ser”, pues “todo debe cambiar para seguir igual” (como se dice en El gatopardo, la novela de Lampedusa).
Lo cierto es que las ciudades suelen quedarse en la geografía mientras los ciudadanos pasan y pasan en la historia. Así ha sucedido con la ayer llamada Ciudad de México: los afiladores de carrito, los camoteros de trenecito, los merengueros de a “volado”, los fotógrafos de cámara de cajón, don Susanito Peñafiel y Somellera y otros seres típicos citadinos han pasado ya, es decir se fueron clamando “¡ay qué tiempos, señor don Simón!”. Y en la Esmógico City de hoy sucede lo mismo: el ciudadanaje tiende a la fantasmalidad, mientras la ciudad tiende a la perduración. Un ejemplo: hace menos de una década pululaban, o intentaban pulular, los “darketos”, los “punketos”, los “emos” y los “anarquetos”, esos peculiares dizque ciudadanos que querían, intentaban, proclamaban vivir al margen de la historia y tal vez hasta del tiempo, pero a quienes tanto el tiempo como la historia los fantasmalizaron. Ya casi no se les saben noticias y si preguntas qué ha sido de ellos a un chavo todavía no del todo evanescente (aunque también sea transitorio), acaso él te pregunte a su vez:
—¿Y ésos, quiénes eran?
Y, por cierto, los “anarquetos” eran muy distintos de los hoy autonombrados “anarquistas”. Los “anarquetos” eran partidarios de la indolencia y no de la violencia, eran marginales de la historia y de la sociedad y no impugnadores y destructores del “tejido social”, y profesaban la inacción, no la revolución o la revuelta.
Pero unos y otros se afantasmaron o se afantasmarán.
O mejor dicho:
Todos ya estamos siendo y seremos fantasmas.