El cronista, personaje que, si debiera definir cuál es su principal acción ciudadana además de escribir una columnita en Notivox Diario, diría (adoptando el modo con que otros idiomas más flexibles que el español hacen verbos de los sustantivos) que es la de peatonar, y que dentro de esta todavía necesaria actividad: la de andar a pie por la ciudad, hay otra que se definiría como deporte, o quizá como arte, o quizá como mero placer, y que al cronista le hace mucho tilín aunque cada día sea más difícil ejercerla: la de pasear.
Pasear, sí, que, según dice cualquier lexicón, es “ir andando por distracción o por ejercicio físico”, o, en otras palabras, eso que algunos seres humanos hacen para deshacerse de la excesiva barriga o para regalarse el antiguo pero el acaso todavía vigente placer de caminar, o sea transitar a pie y por mero gusto en un paisaje, ya sea natural o sea urbano. Pero resulta que la impaseable Esmógico City (es decir “eso” donde creen vivir el cronista y sus supuestos lectores) ha sustituido a la ya casi meramente legendaria Ciudad de México. Casi todas las formas y las reformas de la vialidad son emprendidas por las autoridades urbanas para facilitar el transporte público o privado que se realiza sobre ruedas o sobre rieles, con el resultado de que la ciudad es cada día menos paseable. A ese triste resultado contribuyen, desde luego, el secuestro de las banquetas por los comerciantes dizque “ambulantes” y el cierre de las meras calles por “movimientos” más políticos que cívicos, los cuales suelen manifestarse impidiendo a los ciudadanos ya no digamos el paseo, sino el mero paso.
Por esa razón, y considerando que ahora por doquier aparece un ciudadano “movimiento” masivo con tal causa o contra tal otra, el cronista propone que se forme otro movimiento, quizá más civilizado, para manifestarse por el Derecho de los Ciudadanos a Pasear en la Ciudad, y que por lo tanto se promulgue una urgente Ley de Participación del Ciudadanaje en la Planeación, el Diseño y el Funcionamiento de Esmógico City, a fin de que resulte paseable, o sea que por ella, y por motivo de salud física o de mero placer, se pueda caminar a dos pies sin riesgo de ser planchado o descuartizado en el gris, el duro, el inmisericorde suelo citadino.