Ahora mismo, la mayoría de l@s mexican@s celebran la Semana Santa de múltiples maneras.
Algunos, los más visibles y ruidosos, lo harán en sitios turísticos como Acapulco, Veracruz, Vallarta, Cancún; en Pueblos Mágicos o en balnearios locales. El esquema básico para este grupo consistirá en comer, beber, bailar, consumir y gastar en exceso, para después descansar a pierna suelta.
Otros, menos escandalosos, pasarán este jueves en familia. Prepararán los alimentos entre todos y quizá inviten a los parientes pobres o solitarios a compartir. Los pequeños aprovecharán el tiempo libre para inventarse alguna aventura lúdica que recordarán, con gusto, cuando sean mayores. Para todos ellos, la tele y la tecnología tomarán un descanso.
Pero habrá otros, cuyo misticismo marcará estos días: visitarán los templos para orar, mantendrán una actitud austera y, tal vez, participen en las numerosas representaciones de la Pasión de Cristo que se llevan a cabo en el México profundo.
Estos eventos, al contrario de lo que suponen algunos, cada vez son más frecuentes y sofisticados. Participan miles de personas —como actores o espectadores— en su mayoría jóvenes. Se llevan a cabo tanto en peligrosas zonas urbanas, como en pueblos tradicionales. La motivación para organizar, ensayar, actuar o simplemente presenciar, proviene de una fe genuina, poco estudiada y explicada. Que no solo no se extingue, como sí ha ocurrido en otros sitios, sino que, en México, parece consolidarse con el paso del tiempo.
Así que ese 80 por ciento del país, que se declara católico en los censos y encuestas, vive de muy variada manera la Semana Mayor.
Desafortunadamente, no contamos con estudios serios sobre la extensión o la vitalidad de la religiosidad y la espiritualidad mexicanas. Son temas que todavía convocan emociones y polémicas descontroladas.
Y usted, en estos días, ¿recordará el amor que nos debemos los unos a los otros? O simplemente disfrutará de los placeres de la vida.
Está en su sagrado, libre albedrío, decidirlo.