Ya sabemos que el lenguaje es un ser vivo que se mueve y evoluciona. Que las palabras son mensajes ideológicos. Que reflejan estilos de vida, jerarquías políticas, estructuras religiosas, métodos burocráticos... En fin, que al hablar y escribir, decimos mucho más de nosotros mismos de lo que aparece en la superficie.
Y este es el caso de dos conceptos que las circunstancias han traído al uso cotidiano.
Así, cuando un burócrata de la Secretaría de Relaciones Exteriores llama connacional al indocumentado, le está dando, al sujeto que se dirige, una categoría jurídica.
Reconoce, con ese trato, un vínculo de derechos y obligaciones mencionados en la frialdad de un reglamento y de un presupuesto.
En cambio, cuando un mexicano cualquiera trata con un indocumentado y le llama paisano, el vínculo implícito es el de un compromiso afectivo, que va más allá de lo que dice la ley y viaja al terreno de la ética: la solidaridad, la fraternidad.
Y eso es precisamente lo que los muchos millones de paisanos avecindados en Estados Unidos esperan de nosotros: un pacto mutuo y responsable.
Algunos grupos han estado allá desde 1847, en lo que fue parte de México. Más tarde, la guerra civil que vivió el país de 1911 a 1930 arrojó fuera a millones. La sangría, causada por todo tipo de desgracias económicas, políticas, religiosas sigue hasta hoy. Desde los antiguos chicanos hasta los indocumentados de hoy, 35 millones viven allá.
Así que, si así lo deseamos, todos podemos ser paisanos ante aquellos que nos ningunean y persiguen.
Es impresionante cómo más personas descubren nuestra riqueza mutua. De qué forma la agresión de Trump ha puesto en claro nuestras posibilidades de defendernos mejor aquí y allá. De impedir ser aplastados.
Pero este despertar del movimiento mexicano —de la raza, como se dice en la frontera— no lo puede convocar el gobierno ni los partidos, solo puede surgir de la conciencia del agravio. De la emoción profunda causada por el dolor de la injusticia.
Y ese es el espíritu del movimiento paisano que ya surge, volcánico, en Milwaukee, Chicago, Nueva York, Los Ángeles... El que deja muy atrás al frío y burócrata connacionalismo.