Establecida la coincidencia nacional de que son la corrupción y la inseguridad los asuntos estratégicos que ponen en riesgo la viabilidad del país, es válido preguntar:
¿Con qué herramientas contamos para enfrentar estos retos en 2017?
La respuesta no puede ser más desoladora:
Solo tenemos instituciones deterioradas o francamente decadentes.
A saber:
Una Presidencia de la República acosada, impopular y con poca capacidad de maniobra o convocatoria.
Un Congreso secuestrado por la partidocracia ineficiente y subordinada al Ejecutivo. Rebasada por una sociedad demandante de un marco jurídico de mejor calidad.
Una justicia opaca que solo procesa un mínimo de los abusos que ocurren en el país. Responsable de la impunidad generalizada de los poderosos. Y, ahora lidiando con un disfuncional sistema acusatorio.
Autoridades hacendarias bajo sospecha de haber endeudado al país por encima de su capacidad de pago. Un Banco de México sumido en la incertidumbre por la renuncia de su jefe.
El federalismo, deformado por gobernadores grotescos, sin ética ni compromiso social. Designados por cúpulas partidistas para financiar campañas a cambio de impunidad. Han endeudado a sus entidades en 25 mil impagables millones de dólares.
El Ejército mexicano inconforme. Confesando sus propias dudas sobre la legalidad de las tareas de seguridad pública que le han ordenado ejecutar.
Medios de comunicación en crisis financiera, en medio de una sociedad incrédula y desengañada que busca insatisfecha nuevos interlocutores.
¿Qué mantiene entonces funcionando al país?
Solo la voluntad de millones de mexicanas y mexicanos que luchan honestamente a diario, dentro y fuera del país, contra todas las adversidades. Con fe y esperanza admirables, de que las cosas puedan mejorar en el futuro.
Este panorama, desde luego sujeto a matices, es el que nos amanecerá el 7 de enero. Y el 20 cuando asuma Trump.
Mientras tanto disfrutemos de una Noche Buena y una Navidad cálidas y llenas de amor.
Puede ser la última en relativa paz. Los pesimistas dixit.