El deterioro en la calidad de vida de los mexicanos está a la vista.
Todos los días aumenta la inseguridad. El miedo a ser lesionado, atracado o secuestrado preocupa a muchos.
Lugares relativamente seguros hasta hace poco, como Guanajuato, Querétaro, Hidalgo, Tlaxcala y Puebla son ahora territorio de asaltantes del transporte público, ladrones de combustible, saqueadores de trenes y secuestradores.
Y es que la falta de empleos, las escasas oportunidades para la juventud, la impunidad y el mal ejemplo dado por los políticos ladrones del dinero público invita a los que tienen pocos escrúpulos a buscar el dinero fácil, que produce el crimen.
En Puebla han surgido comunidades enteras dedicadas al robo de combustible y en Guanajuato al saqueo de trenes. Jóvenes confundidos, primerizos en el delito, toman la decisión en Querétaro, Hidalgo y Tlaxcala de robar domicilios o asaltar transeúntes con la esperanza —fundada— de no ser castigados.
Casi todo el país está revuelto, porque en las zonas tradicionalmente violentas, como Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua, Baja California, Sinaloa, Jalisco, Michoacán y Guerrero, ha renacido la violencia con mayor fuerza.
Y por si esto fuera poco; se siguen acumulando los agravios a la población, como el deterioro creciente del valor de sus propiedades y ahorros por la devaluación. De tal suerte que al miedo se le agrega la indignación.
Los ciudadanos tienen que soportar, todos los días, el espectáculo de políticos divirtiéndose en aviones, helicópteros y yates de sus cómplices; o promoviéndose en fantasiosas campañas presidenciales. Al tiempo que los medios arrojan al rostro del televidente cifras estratosféricas de deudas, desvíos y saqueos. Además de mansiones, ranchos y fraccionamientos mal habidos. Todo en medio del cinismo.
¿Habrá quien piense que estos excesos se quedarán sin castigo? ¿Que la gente aguantará siempre sin chistar?
Porque el miedo y la indignación son ya los sentimientos dominantes en el ánimo mexicano. Amenazantes emociones que tendrán consecuencias, cuando la acumulación de ofensas se convierta en ira descontrolada, que es el único ingrediente que falta para la revuelta social.
