Este lunes el presidente Andrés Manuel López Obrador cargó de nuevo en contra de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. La considera “una especie de cónclave de derecha”, en la que reinan intelectuales como Vargas Llosa, Krauze, Aguilar Camín y equivalentes. Nada que no hubiera dicho antes, pero significativo porque había una razonable posibilidad de que la irritación que le provoca hubiese menguado tras la defunción de Raúl Padilla. El fundador de la FIL y líder del grupo universitario que la organiza, se había vinculado a corrientes políticas opositoras al obradorismo, participó protagonicamente en marchas en contra del gobierno de la 4T y fue el representante de temas culturales de Ricardo Anaya, rival de AMLO en la campaña a la presidencia en 2018.
Pero había señales de que el desencuentro entre este grupo y los obradoristas estaría en proceso de reconciliación. Por un lado, el actual rector, Ricardo Villanueva, ha dado muestras inequívocas de buscar un acercamiento con las autoridades estatales y federales con las que la UdeG mantenía un ríspido pulso. Evidente con respecto al gobernador de Jalisco, con quien la Universidad había entrado en confrontación abierta. Enrique Alfaro no asistió a la inauguración este sábado, pero envió un representante personal, algo que no hacía desde hace rato.
El rector también envió claras señales de paz al gobierno de la 4T. Para no ir más lejos, una semana antes se había ofrecido el recinto histórico de la propia rectoría como sede de una reunión entre Claudia Sheinbaum y los empresarios tapatíos, una semana antes de la inauguración de la FIL. Dos días antes se cambió a un salón del hotel Riu de Guadalajara, pero el gesto fue significativo. Y más significativo aún fue el hecho de que la candidata de Morena hubiese aceptado participar en la presentación de un libro de Paco Ignacio Taibo II, Los alegres muchachos. Las batallas de una generación que formaron el presente, programado para el domingo pasado. Constituía la mejor muestra de la disposición a dejar atrás las diferencias entre el obradorismo y el grupo universitario.
Pero no fue así. Al menos no por el momento, o no por lo que respecta a la FIL. Sheinbaum comunicó que, contra lo anunciado originalmente, problemas de agenda le impedirían presentarse. Tendríamos que interpretar que la candidata y su equipo asumieron que el tema todavía era sensible en el ánimo del presidente.
Mirado desde la lógica de López Obrador, hay razones que explicarían su molestia. Año con año, la última semana de noviembre se convierte en fuente de una serie de golpes mediáticos en su contra. En parte esto obedece a la composición de las mesas que tienen que ver con temas de actualidad política, dominadas, en efecto, por intelectuales y académicos críticos de su movimiento. Justo hace un año, en este espacio di cuenta del evidente desequilibrio que mostraban los podios en los cuales me tocaba participar. Una mirada al programa de este año haría pensar que se intenta corregir este desbalance, pero conseguirlo tomará más tiempo.
Por otro lado, no todo es responsabilidad de los organizadores de la FIL. Los medios de comunicación, en su mayoría críticos de la 4T, suelen hacer una “curaduría” consecuente con esa disposición. La información que llega a Palacio de lo que sucede en la fiesta de Guadalajara tiende a privilegiar las reseñas y reflexiones más severas en contra del presidente. Por más que quienes lo visitamos año a año sabemos que se trata de un vasto espacio dedicado a la cultura, el arte y la literatura, y que la mayor parte transcurre ajena a la política, habría que entender que López Obrador lo percibe a partir de los dardos publicados en su contra.
Por lo demás, también es cierto que una de las muchas estrategias en las que Raúl Padilla se apoyó para transformar la FIL en lo que es, residió en una alianza con las dos corrientes que dominaron la escena cultural e intelectual del país las últimas décadas: una agrupada en torno a Nexos y liderada por Héctor Aguilar Camín y la otra en la revista Letras Libres, tutelada por Enrique Krauze. Como todos sabemos, ambos grupos, y en particular sus cabezas, terminaron enfrentados a López Obrador. Al margen de la opinión que nos merezca tal diferendo (requeriría otro texto), el protagonismo que han tenido en la agenda de la FIL estos años, influyó en la definición que López Obrador hizo de ella: “cónclave de derecha”.
Me parece que la relación entre la FIL y la 4T irá transitando a la que debería esperarse entre un gobierno con responsabilidades educativas y un fenómeno cultural de una importancia nacional e internacional por demás singular. Un orgullo para México, más allá de sus contratiempos o incidencias. El encuentro de libreros y lectores cada noviembre forma parte del ADN de la vida cultural del país. Ha adquirido una vida propia que tendría que estar por encima del paso de gobernadores, presidentes e incluso protagonistas. Este año, por vez primera, no estará Raúl Padilla; su mayor logro es que la FIL termine siendo una entidad que trascienda a las personas. El próximo año habrá otro presidente en el país. Las capillas intelectuales también van cambiando, los liderazgos culturales se diversifican y nuevas generaciones de protagonistas la están haciendo suya. México está en una transición compleja, con reacomodos sustanciales en muchos órdenes de la vida nacional. Más allá de la comprensible y a ratos tensa primera versión del cambio que se ha buscado en este sexenio, me parece que en los próximos años nos espera una exploración más sosegada e incluyente. Un contexto idóneo para que la FIL misma transité a la siguiente versión de sí misma.