
Nos encontramos en una de las principales encrucijadas y diferencias ideológicas, definidas por el avance tecnológico y sus implicaciones socioeconómicas. La dicotomía entre acelerar el crecimiento tecnológico y económico se enfrenta contra la regulación y distribución equitativa de la riqueza. Esto está dividiendo a la sociedad en dos bandos y dos maneras de pensar completamente diferentes. Por un lado, estamos asistiendo a un crecimiento exponencial de invenciones y aceleracionismo; por el otro, observamos un descontento social y tendencia populista por parte de los gobiernos mundiales ante los reclamos por la desigualdad en la distribución del ingreso.
El crecimiento y la riqueza generados por las nuevas tecnologías han hecho que vivamos con ingresos, lujos y comodidades como nunca antes se había visto en la historia de la humanidad, pero también ha dejado al descubierto que gran parte de la felicidad se define por la percepción de la diferencia que tenemos entre nuestra vida y la de los demás. Las redes sociales han puesto en evidencia que la distribución ha sido desigual y, a pesar de tener cada vez más, la mayoría de la población se siente dejada atrás por el crecimiento, y alza la voz en forma de reclamo al gobierno. De cara al futuro, la sociedad se bifurca en dos caminos e ideologías:
Opción A: aceleración y crecimiento. Históricamente, innovación y desarrollo han demostrado ser un motor potente para mejorar la vida de todos. Durante la Revolución Industrial, la aceleración del crecimiento tecnológico y económico transformó radicalmente las sociedades, desde la producción textil hasta el transporte. Esta era de innovación desencadenó un crecimiento económico sin precedente, aunque también exacerbó la desigualdad y la concentración de la riqueza, dejando a muchas comunidades atrás.
En estos primeros años del siglo XXI, el boom tecnológico ha ejemplificado nuevamente el potencial de la innovación para impulsar el crecimiento económico. Escuchamos sobre la creación de millonarios tecnológicos todos los días y cómo estas innovaciones están transformando la manera en que vivimos y trabajamos. La inteligencia artificial promete incrementar aún más este crecimiento, creando nuevos productos, pero también, por ende, concentrando la riqueza entre quienes los impulsan.
Opción B: regulación y distribución. Por otro lado, surgen grupos dentro de la sociedad que abogan por un “capitalismo consciente” y distintas formas de distribución de la riqueza para promover una distribución más equitativa. Los países nórdicos, con su modelo de “estado de bienestar”, han implementado políticas que combinan un mercado libre con una fuerte red de seguridad social, alta tributación y servicios públicos de calidad, lo que ha resultado en sociedades con baja desigualdad y altos estándares de vida. No sé si coincidente, pero estos mismos países (Finlandia, Suecia, Noruega e Islandia) están siempre en las listas de los países con la población más feliz.
Actualmente, los gobiernos alrededor del mundo han intentado capitalizar este descontento social derivado de la desigualdad para ampliar su base de votantes y, de esta manera, perpetuarse en el poder. Se han posicionado como los salvadores de las clases bajas y medias, mostrando una oposición contra los empresarios y proponiendo mayores impuestos para redistribuir. Aunque este camino suene romántico, también conlleva el peligro de afectar la innovación y desincentivar a las personas de arriesgarlo todo para emprender (recordemos La Rebelión de Atlas, de Ayn Rand).
Un camino híbrido hacia el futuro. No es fácil prever cómo interactuarán estas dos corrientes tan distintas entre aceleracionismo y proteccionismo, que parecen tener diferencias tan profundas. Seguramente terminaremos con un híbrido de las dos, y soluciones tal como un ingreso básico universal financiado por impuestos a las ganancias generadas por la inteligencia artificial y la automatización comienzan a ganar fuerza. Otra posibilidad es el desarrollo de políticas que incentiven a las empresas a adoptar modelos de propiedad y ganancias compartidas con sus empleados, asegurando que los trabajadores se beneficien directo del éxito y la innovación.
Si tuviera que tomar un lado, me inclino por la opción A, acelerar e implementar en todo lo que podamos la tecnología. Tenemos que entrar de lleno a esta carrera por desarrollar los mejores productos y servicios para llevar a la humanidad al siguiente nivel. Es más fácil impactar de manera positiva a una población cuando hay riqueza que redistribuir, en vez de pobreza generalizada. Lo que sí es imperativo es que pensemos que la única alternativa hacia adelante es que cualquier innovación y crecimiento económico tendrán que ir de la mano con inclusión de toda la población.
La labor está en cada uno de nosotros de empoderar a cinco, diez, cien o mil mexicanos para que suban de escalón y mejoren su nivel de vida. Esto mediante oportunidades, sueldos justos y acceso al uso de la tecnología que los convierta en aportantes de este nuevo presente.