SONETO A CRISTO CRUCIFICADO
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
Anónimo.
También, se les ha atribuido a Santa Teresa de Jesús, y a San Juan de la Cruz.
Este poema, nos muestra el autor una fe sin condiciones, correspondiendo de alguna manera al amor incondicional de Dios Padre, reflejado en Jesús, el Hijo de Dios.
La fe del poeta no se basa ni en premios, ni castigos, no espera nada a cambio, es un amor auténtico con una fe bien cimentada, en el Hijo de Dios que dio su vida en obediencia y amor hacia su Padre y su creación, la humanidad.
Es una fe firme, enmarcada desde un punto de vista amoroso, es una ofrenda a Jesús en la cruz y plena certeza del Dios vivo y resucitado.
No es una fe de trueque comercial, si tú me das yo te doy, que llega a ser desafortunadamente muy común dentro de la religiosidad.
Al mismo tiempo, el autor reconoce su inclinación a pecar y ofender a Dios, pero aun así a amarlo, porque Dios nos amó primero y perdona nuestras culpas.
En ocasiones nos acostumbramos tanto a ver la imagen de Jesús en la cruz, y éste soneto nos permite detenernos y el autor nos lleva a movernos más allá, a observar ese cuerpo tan herido y humillado y resaltar el amor perfecto de Dios hacia la humanidad o como lo ve el autor en primera persona, hacia mí, y solo nos queda corresponder a ese Amor, con nuestras limitaciones.
Con la colaboración de JPCPF.