Despertar después de la pesadilla de sangre y muerte pero seguir dormido; donde se (con)funden el sueño y la realidad. Despertar sin haber despertado y sin embargo sentirse vivo. Así se siente el trayecto a la siguiente estación donde después del transbordo tomaremos camino hacia la siguiente parada, la del futuro deseable. La gran puerta que no hemos querido voltear a ver ni mucho menos intentar abrir.
El forcejeo con la historia sigue, aunque insistamos en sentirnos fuera de ella; mientras el presente cambia de forma y envejece vestido de ayer y adornado con “hubieras”. No es que uno no reconozca las cosas buenas pero es que por mas que buscamos no vemos alguna señal de que las cosas serán mucho mejores que ahora o que ayer o que mañana. El mejor ejemplo, el que a mi me interesa es la calle. Las reflexiones sobre ella son infinitas, ahí pasa todo, por ellas corre la vida. De esa pesadilla de la que no logramos despertar del todo llegamos al abismo de lo relativo: “Estamos mejor que hace unos años” y “Podemos salir de noche” son algunos de los slogans que ya no se sabe si nosotros repetimos o algún genio de la mercadotecnia nos instaló en el subconsciente. Vemos en nuestro incipiente despertar una calle que se impone, poniendo a prueba la bondad del espacio público. Que si funciona o no es parte de las posibilidades que encontramos en la relatividad por la que transitamos a diario. Lo cierto es que la gente la utiliza, la camina, la pedalea y el automóvil se siente incomodísimo cuando la transita.
A fin de intentar una reflexión un poco mas profunda, valdría la pena preguntar ¿Por qué se necesita un policía en cada cruce? Mi respuesta es que cuando un proyecto se origina en una oficina, el siguiente paso debería ser el de intentar ponerlo a prueba ahí, en su sitio. Conociendo, caminando, preguntando e investigando. Cuando un proyecto se impone, hay que cuidarlo muy bien para que siempre se vea reluciente y “seguro”. Ahora lo que sigue será la calle panóptica.
@jorgeruvao