Para poder imponer su religión los conquistadores exterminaron a los líderes autóctonos que transitaban entre las dos realidades: sacerdotes, brujos, magos y hombres de conocimiento. Pero unos cuantos lograron escapar de la cruz y el arcabuz, del trabuco y de la espada y se fueron al monte, a la selva, a formar una resistencia que fue, durante décadas, la guerrilla espiritual que atormentó a frailes y a misioneros españoles.
Martín Ocelotl era uno de estos brujos y protagonizó, quince años después de la toma de Tenochtitlan, una sustanciosa guerra mágica contra los conquistadores. A los atributos de jaguar que tenía su atuendo añadió, como quien se unta la sangre de su enemigo, elementos que vestían los sacerdotes católicos.
En el tomo titulado Procesos de indios idólatras y hechiceros (Publicaciones del Archivo General de la Nación) se cuenta un episodio significativo de la vida del brujo: “que una vez lo habían prendido al dicho Martín los de Texcoco, y que estando haciéndole pedazos se les fue de entre las manos y pareció luego cerca de allí riéndose de ellos”.
Martín Ocelotl decía presagios, curaba personas y animales y era capaz de hacer llover. La gente de los pueblos donde oficiaba le tenía ya preparados los hongos que necesitaba para sus visiones. Se dice que fue uno de los que previno a Moctezuma de que se aproximaba el fin del “sol azteca”, así como años más tarde vaticinó el fin del “sol franciscano”, que poco a poco, efectivamente, se ha ido apagando.
Martín era un telpuche, un diablo que fraguaba hechizos y que podía metamorfosearse en gato o en tigre y además “tenía muchas mancebas”.
La Santa Inquisición lo atrapó en 1537 y como escarmiento lo azotaron públicamente, lo raparon y lo exhibieron humillado, sin sus atributos de jaguar, montando una mula por los pueblos donde, alguna vez, había sembrado sus hechizos y sus vaticinios.
Luego fue enviado a Sevilla, donde se le pierde el rastro, quizá porque a mitad de la tortura, al estar “haciéndole pedazos se les fue de entre las manos”, y luego apareció cerca de ahí, riéndose de ellos.
Jordi Soler