“Escena y farsa es la vida entera. O aprendes a actuar sin tomártela en serio o soportas los dolores”. Estos versos son de Páladas de Alejandría, un célebre poeta del siglo IV d.C., que ya tenía muy clara la fantasmagoría de la vida, que se parece a la del siglo XXI, pero sin la exacerbación de la escena y de la farsa que promueven todo el tiempo las pantallas.
Las personas seguimos teniendo los mismos miedos, las mismas angustias e idénticas ambiciones que nuestros antecesores más remotos; seguimos siendo la misma criatura aprensiva y temerosa. La poetisa Safo de Lesbos, que vivió entre el siglo VI y el V a.C, novecientos años antes de Páladas de Alejandría, también tenía, ya desde entonces, el mismo software sentimental que tenemos nosotros.

“Ya se ocultó la luna y las Pléyades. Promedia la noche. Pasa la hora. Y yo duermo sola”, escribió la poetisa para fijar la soledad que experimentaba esa noche y que es, con la salvedad de que las Pléyades ya no son el referente de nadie, perfectamente equiparable a la soledad que pueda sentir hoy cualquier persona.
Y a la hora de discernir lo que es verdaderamente importante en la vida de cada quien, Safo de Lesbos propone, desde sus dos mil seiscientos años de lejanía, estos versos: “Dicen unos que un ecuestre tropel, la infantería otros, y esos, que una flota de barcos resulta lo más bello en la oscura tierra, pero yo digo que es lo que uno ama”. Ahí está, una idea sencilla, contundente y atemporal: lo más bello es lo que uno ama. En su poema “Himno a Afrodita”, Safo de Lesbos escribe estos versos en los que se entiende que duerme sola porque está bien así, no quiere las complicaciones que inevitablemente arrastra una relación sentimental: “tejedora de engaños, te lo ruego; no a mí, no me sometas a penas ni angustias el ánimo, diosa”. Y esto se lo dice a la diosa del amor, a la entidad especializada en esos asuntos, un privilegio que no tenemos nosotros, pobres y atribulados monoteístas.