Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la austeridad. La austeridad es un espectro que mantiene embrujados a potencias económicas y a países como México. Forma parte de uno de los tentáculos de ese gran pulpo formado por la visión económica ortodoxa. Ha sido prácticamente imposible que las naciones logren esconderse y zafarse del apretón asfixiante que propina este enfoque.
El panorama no es alentador. Desde hace décadas, hemos sido testigos sobre cómo gobiernos de distintas posiciones políticas han adoptado equivocadamente a la austeridad como eje rector de sus políticas económicas. La austeridad ha tomado forma de aumento en las tasas de interés, recortes al gasto público en áreas importantes para la población con el objetivo de lograr superávits fiscales, y mediante la contracción del aparato productivo nacional.
Esto último tiene que ver con la negativa de los gobiernos a desarrollar una política industrial integral. Ante la falta de una estrategia así, los gobiernos se convierten en meras agencias de promoción. En las que se busca desesperadamente atraer inversión extranjera a toda costa, sin importar que los beneficios netos de dicha inversión perjudiquen el andamiaje laboral y productivo de los países.
En la práctica, detrás de las políticas de austeridad está la falta de comprensión sobre el origen y función del dinero público. Se cree erróneamente que el dinero es limitado y por lo tanto, es importante cuidarlo para que no se acabe. Esta situación empuja a las autoridades a caer en una falsa disyuntiva: elegir entre invertir en unas cosas en vez de otras. Además, incentiva la opacidad en el manejo de los recursos públicos.
En México, la austeridad ha sido el pan nuestro de cada día. Por ejemplo, en los 80s y para salir de la crisis financiera el Fondo Monetario Internacional otorgó al gobierno una serie de créditos en dólares. A cambio, las autoridades mexicanas se comprometieron a instrumentar todo un plan de austeridad que incluyó una drástica reducción del déficit presupuestario.
Respecto a la austeridad productiva, ésta vivió su momento estelar ante la entrada del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan). En aquella época, se cuestionó el Tlcan y se recomendó la aplicación de una política industrial. Frente a dicha sugerencia, el ex secretario de Comercio y Fomento Industrial respondió que “la mejor política industrial es la que no existe”. Desde entonces, el país carece de una estrategia seria que impulse realmente al sector productivo doméstico.
Para Clara Mattei, profesora de The New School for Social Research de Nueva York, la austeridad tiene un propósito en específico: sirve para esconder la lucha de clases. En su libro “El orden capital, cómo los economistas inventaron la austeridad y pavimentaron el camino al fascismo”, Mattei establece que la austeridad lleva incrustada en el ADN del capitalismo por más de cien años, y que es mecanismo para mantener disciplina en las sociedades modernas mediante el dolor económico.
El próximo año se celebran las elecciones generales en México. Sólo la plataforma política que desaparezca este fantasma garantizará un mejor futuro para la sociedad.
Jesús G. Reséndiz Silva