Sugerente idea lanzada en Francia hace unas semanas por Pierre Rosanvallon, uno de los intelectuales más activos en torno del conocimiento e impulso de la democracia. Su vasta y profunda obra en torno de las transformaciones democráticas respalda un planteamiento que con seguridad tendrá repercusiones mundiales sobre el imaginario político, social y cultural acerca de nuestra convivencia y nuestro manejo de conflictos y diferencias. Ante el abandono exasperado de quienes se encuentran olvidados, incomprendidos, opacados bajo oprobiosas condiciones de vida, el Parlamento de los Invisibles se funda sobre una concepción que revaloriza las experiencias de vida cotidiana de aquellos que no se sienten representados en las estructuras formales del sistema político, excluidos del mundo institucionalizado, pero que pueden recuperar su voz y refundar un nosotros actuante y creativo.
Fundador del grupo de reflexión República de las Ideas, que aterrizó una labor editorial capaz de convocar a intelectuales críticos, ahora Rosanvallon emprende un proyecto que amplía y le da un nuevo sentido a esa experiencia. Relatar la Vida (Raconter la vie), es la convocatoria que sustenta al Parlamento. A través de este nuevo espacio de experimentación, ideado como una colección de libros y de un sitio en la Internet, el Parlamento se propone un proyecto moral y social en el que se reconocen vías plurales de conocimiento del mundo, para resistir los embates del capitalismo contemporáneo y para refundar la acción razonada, enunciada, nombrada, de quienes no son escuchados ni tomados en cuenta en el espacio público. Su apuesta por la literatura como vehículo de creación y de comunicación, recoge testimonios que se tratan de reproducir lo más fielmente posible. Apoyados por la auto-edición de sus textos, estos parlamentarios se representan a sí mismos.
“La democracia está minada por el carácter inaudible de todas las voces de débil amplitud, por la negligencia de las existencias ordinarias, por el desdén de vidas juzgadas sin importancia, por la ausencia de reconocimiento de iniciativas dejadas en la sombra”, reflexiona Rosanvallon en un pequeño libro de 70 páginas en el que sintetiza su propuesta. Entre el desencanto frente a lo político y la democracia, su alegato es contra la invisibilidad, pues ésta cobra formas antipolíticas y populistas que cancelan esperanzas democráticas fundadas. Se trata de descifrar la sociedad, restaurarla en su dignidad y refundar la democracia, incluso más allá de sus alcances participativos y deliberativos. En el fondo, el malestar frente a la crisis de representación del sistema político y de partidos significa inconsistencia en la categoría pueblo; el no reconocimiento de su pluralidad y diversidad social.
Sin rehuir el debate, el pueblo es el nombre dado a una forma de vida común a construir, que está dándose bajo formatos diversos, complejos, plurales, los cuales necesitan hacerse visibles desde parlamentos, relatos, representaciones, que sean capaces de dar cuenta de las transformaciones sociales recientes: el tránsito de la sociedad industrial a la sociedad de la información y el conocimiento, en la que la economía de servicios fragmenta y casi desaparece las formas más elementales de ciudadanía. Los invisibles sufren la mala representación-delegación de un poder cuyo mandato no ejercen y cuya imagen “popular” no los incluye. La modernidad democrática hace difícil la representación política de la sociedad, pues las elecciones terminan por desgarrar la delegación del poder ciudadano frente a la expresión de necesidades de la sociedad. Además, los partidos cada vez son más incapaces de agregar intereses comunes públicos y simultáneamente, representar una sociedad de individuos; imposible conectar al pueblo como soberano colectivo y al ciudadano sacralizado. El Parlamento de los invisibles promete romper esa brecha.
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