Me atrevo a lanzar una verdad insoslayable que espero y deseome pueda equivocar, por lo menos en una ínfima parte: Todos hemos sido partícipes de la corrupción.
Si entendemos que corromper es salirse del camino y que para tal acto son mínimas dos partes, casi todos los habitantes de este planeta hemos participado, en alguna parte de nuestra quincuagésima vida, en un cochupo.
Habrá una milimétrica parte del mundo que tenga sus valores arraigados y sea de los que cruzan el pantano sin mácula.
Pero para cierta gente, ofertar alguna propuesta para quebrar la leyes de manera natural, lo que implica que esa persona está tan acostumbrada a “manejarse” así en el trabajo o en su casa, que se le hace “normal” ofrecerla.
La corrupción es un mal cultural a nivel mundial, pero nuestro país en más de una ocasión ha quedado expuesto como participante activo en esta práctica inadecuada, desde empresarios, gobernadores, líderes sindicales (aunque a usted le parezca inverosímil) y autoridades y empleados de dependencias públicas y privadas de todo nivel.
Las empresas que practican dicho mal, el dinero que “erogan”, lo “recuperan” en el precio, por lo que sería interesante saber: ¿cuánto pagamos en corrupción en los bienes y servicios que compramos?
Esa práctica cotidiana se hace tan común en algunas personas “porque todo el mundo lo hace”, y que pareciera “normal” en todos lados… pero NO, no puede ni debe ser así. Deberíamos ser como en otros países, que con la sola intención de cohechar, la persona comete un delito grave que se paga con cárcel o mínimo una multa considerable como castigo a esa mala intención.
En las empresas o en las familias, sólo nos queda afilar el hacha todos los días, a propiciar no corrompernos, a hacer las cosas con orden y respeto a las disposiciones legales, incluso a enseñar a la juventud a hacerse responsable de sus actos, para que puedan ser mejores y aprender que la vida es muy bella, pero NO corrompiendo.
¡Ya basta!
