¿El éxito es consecuencia casi inevitable del talento y la iniciativa o bien lo condiciona el azar? La respuesta a esta pregunta pone frente a frente dos visiones contrapuestas de la vida, la visión competitiva y la asistencial. Están por un lado quienes creen en la combinación de perseverancia y valía personal como fórmula infalible. Esas personas temen que la ayuda social pueda favorecer la pasividad y disuadir de la lucha por salir adelante. Por otro lado, hay quienes defienden que trabajar duro no siempre da resultado, porque todos los esfuerzos están sometidos al arbitrio de la suerte y de las oportunidades, y les preocupa que la teoría del éxito y el fracaso merecidos lleve a desentenderse de los más necesitados.

El escritor Charles Dickens, que se abrió camino superando una infancia miserable, escribió un cuento navideño acerca de esta misma cuestión. El protagonista del villancico literario es un anciano que se ha hecho rico pero se ha aislado y endurecido por el camino. Como él se ha labrado su prosperidad, está de acuerdo con la cárcel por deudas y otras rutinas despiadadas de la sociedad en que vive. Entonces recibe la visita nocturna de varios fantasmas, que le llevan a presenciar, como un espectador invisible y sin poder de intervenir, escenas de su vida pasada, presente y futura, donde salen a la luz pérdidas y ausencias. Ese viaje fantasmal altera su actitud, volviéndole más compasivo y jovial. Dickens pensaba que, en definitiva, todo depende de cómo entendemos la fragilidad de los demás y la propia, pues nos toca elegir entre solidaridad o soledad.