Cultura

Útero y cerebro

  • Columna de Inés Sáenz
  • Útero y cerebro
  • Inés Sáenz

Para Sara

Todos hemos escuchado o emitido la siguiente opinión cuando se habla de mujeres y liderazgo: mujeres igual a no. Mujeres igual a todavía no. Mujeres igual a desconfianza. Mujeres igual a mal momento. Mujeres igual a no hay. Mujeres igual a no quieren. Mujeres igual a no pueden. Mujeres igual a no es parte de nuestra cultura. Mujeres igual a no es parte de nuestra tradición. Mujeres igual a útero. Mujeres igual a inmadurez. Mujeres igual a no están preparadas. Mujeres igual a ¿Por qué?

Pensemos en Hillary Clinton. Una abogada preparada, con décadas de experiencia: ha luchado a lo largo de su vida por políticas más justas que mejoren la precaria situación de los más desprotegidos; se partió el lomo como primera dama para instituir el seguro médico universal y fracasó –derrota que perjudicó a los ciudadanos estadunidenses mucho más que a su carrera política-.

Brillante secretaria de Estado experta en temas de seguridad, Hillary conoce bien nuestro país y entiende la compleja situación en la que estamos metidos; en lo personal, hay algunas cosas que me parecen cuestionables, como su postura e influencia en la guerra de Irak, o su cercanía con Wall Street; sin embargo, estoy convencida de su habilidad negociadora, de su perseverancia y fuerza descomunal para estar donde está; de su pensamiento incluyente y de su resiliencia frente a las adversidades que ha enfrentado, al ver su vida privada exponerse al escrutinio más doloroso, sobre todo en lo referente a las infidelidades del marido. Más allá de nuestras posturas ideológicas, su inteligencia, liderazgo y capacidad de llevar por buen camino al país más poderoso del mundo deben ser reconocidos.

Entonces, ¿por qué la enorme desconfianza que despierta su persona? Me hago esa pregunta cada vez que leo los resultados de las encuestas y las opiniones de los votantes. ¿Por qué no es digna de confianza?, ¿por qué esa actitud no se mantiene frente al candidato republicano de conducta más que reprochable y una evidente limitación para ejercer el liderazgo de un estadista?

Una enorme misoginia pervive en ese país cuya democracia inició hace 240 años.

Resulta que en 2016, una mujer tiene que navegar a contracorriente para lograr lo que muchos hombres han podido alcanzar con menos esfuerzo o menos habilidades. No quiero que se malinterpreten mis palabras: las mujeres no son superiores a los hombres. Simplemente, parece que deben de tener cualidades heroicas si quieren llegar al puesto que históricamente ha pertenecido a la mitad privilegiada de la población.

Resulta que una mujer tiene la posibilidad de ganar la presidencia en gran medida porque su contrincante es vergonzoso, impresentable, patético. En pleno siglo XXI, el sexismo sigue siendo un virus imbatible. La lucha Clinton-Trump nos lo ha puesto en evidencia.

Mujeres de diferentes épocas son conscientes de ello. Para mostrarlo, evoco la anécdota que compartió Patricia Schroeder, una excongresista demócrata de Colorado, que al llegar a ocupar su cargo, fue cuestionada por sus colegas hombres sobre si podría integrar trabajo y maternidad.

Su respuesta: “Tengo un cerebro y un útero. Utilizo ambos”.

Útero y cerebro… ¿Por qué se piensa en ellos en términos excluyentes?, ¿por qué las hormonas femeninas resultan ser un lastre, una limitante?

Si Hillary llega a la Casa Blanca, ganará un espacio simbólico de gran resonancia, y dará con ello un paso enorme que zanje un camino menos pedregoso para las mujeres, la otra humanidad.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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