Cultura

Mara, viuda del Enmascarado de plata

Humberto Ríos Navarrete. Mara, viuda del Enmascarado de plata 3
Humberto Ríos Navarrete. Mara, viuda del Enmascarado de plata 3

Conoció al Enmascarado de plata cuando él salía de una plaza de toros de Guadalajara, Jalisco. Ella tenía 8 años. Mara acompañaba a su prima Berenice, de la misma edad, quien le había comentado que deseaba conocer al famoso luchador, pero al final sufrirían una decepción. Mara, sin embargo, no olvidaría aquel episodio y, sin proponérselo, 11 años después, vendrían momentos agridulces con el personaje; aunque un día, sin pensarlo mucho, terminaron en un hotel de la colonia Doctores.

Mara Vallejo Badager lleva en sus apellidos la fama de una dinastía que durante una época reunió en una caravana a personajes del espectáculo, aquellos que fascinaron a multitudes de todas las clases sociales, como bailarinas, cantantes de diversos géneros musicales, actrices y comediantes que también se presentaban en el popular teatro Blanquita, cuyas ruinas desde hace tiempo son protegidas por una malla ciclónica.

Ya conocidos, incluso enla intimidad, ella le decíaprofe, el profe, aunque su nombre era Rodolfo Guzmán, quien al colocarse la máscara se convertía en Santo, El mascarado de plata, con quien Mara Vallejo estuvo casada hasta enviudar.

El acento de Vallejo es semejante al de la poeta Pita Amor, enfático y sin rodeos, como si recitara cada palabra.

—¿Quién es Mara Vallejo Badager?— se le pide.

—Es hija de dos personajes: de Don Guillermo Vallejo y de doña Marta Badager. Mi papá tenía como negocio el teatro Blanquita y mi mamá la Caravana Corona. La Caravana empezó en el 52 y yo nací en el 56, mientras que el teatro Blanquita fue inaugurado en agosto del 60.

Humberto Ríos Navarrete. Mara, viuda del Enmascarado de plata 4
Humberto Ríos Navarrete. Mara, viuda del Enmascarado de plata 4


Desde niña se codeó con personajes del canto, la actuación y el espectáculo, de modo que se acostumbró a mirarlos con normalidad.

—¿Qué le impresionó de todo eso?

—Algo que les tengo que agradecer a mis padres toda la vida es que me hayan escogido de padrino a Pedrito Knight y a mi madrina Celia Cruz.

—¿Quedan personajes de ese tamaño?

—No, por desgracia las figuras internacionales ya se acabaron. Ya se murió Vicente, ya se murió Juan Gabriel, ya se murió Fellito, José Alfredo Jiménez, y don Marco Antonio Muñiz está retirado.

Y una parte de aquel período quedó reflejado en un libro de edición limitada. Ella posee un álbum con programaciones impresas. Son hojas volantes y fotografías adheridas. Por un momento, para de hojear el libro, coloca una mano sobre la portada y suspira: “La caravana duró del 52 al 81, año en que yo me casé con el profe”.

Y es cuando sale a relucir el nombre de quien Mara Vallejo muestra pocas referencias gráficas,el profe, aunque sí muchas anécdotas; recuerdos palpables, por ejemplo, son dos máscaras del Santo: una que obsequió al famoso abogado Juan Velázquez y otra que tiene en su casa, donde también hay un pequeño altar, pero prohíbe fotografiarlo.

—Y en ese tránsito conoce a quien usted llama el profe. ¿Qué relación hubo con El Santo?

—Pésima. Lo conocí a los ocho años. Fui a la plaza de toros El Progreso con una prima, porque lo admirábamos, ya que veíamos sus películas, y salió por donde estábamos, pero ni nos volteó a ver. Y Bere… bueno… casi se le echa encima, y yo le dije: “Qué le ves a este prepotente”.

—Y qué pensó.

—Y ahí dije: “Tarde o temprano me las voy a cobrar, Santo”.

—¿Y por qué esa promesa de que se la ibas a cobrar?

—Porque a mí nunca me había hecho un desaire ningún artista, y él ni siquiera nos volteó a ver, ni por la más elemental ley de la caballerosidad.

—Ni una reverencia.

—No, no reverencia, saludarnos.

—Y a cuántos metros pasó.

—¡Aquí, enfrente!

—En dónde estaban ustedes.

—En la puerta, por donde él se iba a Chapala, y nosotros nos teníamos que regresar a las seis de la tarde, para ir a la escuela al día siguiente.

Y todo quedó atrás, recuerda Mara Vallejo, hasta que, a los 19 años, en 1974, el apoderado de El Santo le propuso que éste se presentara en La Caravana, de la que ella estaba al frente, a lo que Mara contestó, pero por supuesto, pues se trataba de un personaje, y entonces el enmascarado se unió para hacer el sketch sobre el rescate de una muchacha.

—¿Y usted cómo lo veía?

—Yo lo veía como a cualquier otro.

—¿Seguía resentida?

—No, pero como veía daba.

Y pasaron meses.

Ella era divorciada, madre de un niño.

Un día Rodolfo Guzmán llegó a un parque donde la joven Mara paseaba a su hijo de año y medio. La cortejó un rato pero ella, como el palomo y la paloma, lo rechazaba. Entonces comenzó a lloviznar y Guzmán ofreció llevarla a casa en su auto.

Y hubo el primer contacto.

***

Mara Vallejo recuerda que la actitud de El Santono fue la apropiada con ella y su prima. “Poco atento y muy creído”.

—¿Y cómo se conocieron, ya de adultos?

—Fue Carlos Suárez a hablar con mi hermano para que entrara al teatro, y me dijo y hermano: “Me vinieron a ofrecer al Santo, posiblemente a ti en La Caravana te funcione”. Le dije: “Dónde firmo”.

—¿En qué año fue?

—Como en el 74. Hablé con su representante y me arreglé con él. Se presentó en Huachinango, Puebla, y Tulancingo y Pachuca, Hidalgo.

—¿Y lo veía como a cualquier otro?

—No, lo ignoraba. Él me ignoró a los ocho años…

—Bueno, pero entre el amor y el odio hay…

—No, no, para nada. Hasta que un día me dijo: “Quisiera hablar con usted”. Le dije: “Sí, dígame”. “Me puedo sentar”. “Por supuesto que no”.

—¿En dónde fue eso?

—En en algún recorrido. Y me dijo: “Yo quisiera saber por qué me ignora”. Y le dije: “Porque en la vida pagar es corresponder”. También le dije: “Yo le pago su sueldo a Carlos Suárez, hablo con él de a qué horas tiene que estar todo”. Y me dijo: “Pero a mí no se dirige”. Yo le dije: “Y por qué me he de dirigir a usted; además, usted es una gente muy celosa de su identidad y yo respeto mucho eso”.

—Y se fue.

—Sí, pero me volvió a enchinchar. Estábamos en el lobby de un cine donde nos presentábamos y me dijo: “¿Puedo saber cuál es su agravio?” Le dije: “Tómelo como el agravio de un niño, pero a un niño nunca se le debe agraviar, porque un niño es muy sincero; un niño quiere conocer a sus ídolos, y ningún ídolo, por importante que sea, o qué pensó, ¿que yo, al conocerlo a usted, se me iba a componer el día?” “Yo no lo recuerdo”. Le dije: “Viera que yo sí”.

—¿Y se lo recordó usted?

—Y me dijo: ¿cómo fue? Y ya le expliqué. Y me dijo: “Yo ni me enteré”. Le dije: “Pero yo sí me di por enterada”.

Él la invitó a comer, pero ella se negó. Otro día le dijo que si se podían ver y ella argumentó que llevaría a su niño al parque, en la colonia Nueva Santa María, y fue así como el hombre llegó.

Humberto Ríos Navarrete. Mara, viuda del Enmascarado de plata 2
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—¿Se sorprendió que haya llegado El Santo?

—Sin máscara, sí. Y cuando me dijo “soy El Santo”, le contesté: “Ah, mucho gusto, ¿y luego?”.

Y comenzó a chispear y él ofreció llevarla a casa. Ella aceptó y le pidió que metiera el triciclo a la cajuela. Llegaron al domicilio y le dio las gracias. “Y al día siguiente, otra vez arroz”, comenta ella, sonriente, siempre con esos recuerdos que fluyen a pausas, precisos y nítidos.

Y fue otra vez al parque. Y otra vez el ruego y la negativa de ella. “El rencor es de las almas más ruines, pero usted a mi no me inspira ni rencor”, dice Mara que le dijo, “…ningún artista en el mundo tiene derecho a acabar con las ilusiones de un niño”.

—Pero él insistía.

—“Pero yo no sabía que era usted”, me dijo y le dije”: “Pero se la platico”. “Si es usted selectivo con el público…” “Le juro que no, que yo con el público soy muy amable; yo quiero mucho al público”. Le dije: “Sí, lo adora”.

—Pero él sí le agradecía al público…

—Ah, sí, claro, cargaba a los niños y todo, pero a mí no me cargó.

—La cargó después— se atreve el reportero a comentar, con el riesgo de que lo saque a patadas de su casa, pero no.

—No, después me lo cargué yo.

Y sueltan la carcajada.

—¿Y cuánto tiempo pasó?

—Que anduvo de rogón, más de un año.

—Y finalmente qué pasó.

—Un día iba yo saliendo de la Procuraduría del Distrito —había ido a ver al entonces procurador Agustín Alanís Fuentes— y venían llegando él y Suárez. Y me dijo: “Qué está haciendo aquí”. Le dije: “Peeerdón…”. “Sabe por qué me divorcié, porque mi marido era muy preguntón”. Y me dijo: “La acompaño a su carro”. Y le dije: “No, yo sé caminar”. “Es que estas calles son muy peligrosas”, me dijo. “Me arriesgo, no se preocupe”, le dije. Y entramos atrás de la procuraduría, por Río de la Loza, donde estaba mi carro, y entonces volteamos y en las cuatro esquinas decía “hotel”, “hotel”, “hotel”, “hotel”.

—Había muchos hoteles.

—Pues ahí vimos cuatro. Y me dice: “Oiga y si entramos”. Y dije: “Pos a descansar cualquiera se sienta; entremos, ándele”.

—Se aventó él y usted…

—O sea, me embistió y yo saqué el capote.

—Y entraron.

—Y entramos…Y salí, la verdad, salí muy sorprendida —hace una pausa larga—, gratamente sorprendida.

—Usted tenía 19 años, ¿y él?

—Todos… A ver… —y hace cuentas—. Entre él y yo había 43 años de diferencia, pero era un hombre muy vigoroso.

—¿Y se portó como un gran luchador?

—No, se portó como un gran amante. Yo no fui a luchar con él.

—Bueno, el que persevera alcanza, dice el dicho, y El Santo alcanzó.

—No, perseveró.

***

Después de que el luchador enviudó de su primera esposa, ambos contrajeron matrimonio, hasta que Rodolfo Guzmán falleció en 1984, a los 66 años, y ahora solo quedan los buenos recuerdos en un departamento de la colonia San Rafael, donde Mara Vallejo Badager, quien ahora sí confiesa su amor por Guzmán, un hombre bueno y cariñoso con ella, sigue de buen humor y un montón de anécdotas que se acumulan en su memoria.

Humberto Ríos Navarrete. Mara, viuda del Enmascarado de plata 1
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