Es artista plástica y pionera en la restauración de pinturas en México, se relacionó con grandes pintores, entre ellos Diego Rivera, de cuya hija, Ruth Rivera Marín, fue alumna; simbolizó a la primera Catrina y ahora, a sus 83 años, es voluntaria en un comedor comunitario.
Pero primero el origen.
Bertha Romero Sandoval, de 83 años, evoca su juventud como becaria en Europa y su lapso de restauradora en el Castillo de Chapultepec; es la artista plástica y sus recuerdos con Diego Rivera, quien le pidió que sirviera de su chofer durante algunos domingos.
A los 19 años, Romero Sandoval fue becada para estudiar en España, junto a siete compañeros de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, misma que en aquel entonces estaba en la colonia Guerrero, a tiro de piedra de donde ella había nacido.
De Europa regresó a los 22 años de edad y participó en la fundación de una escuela de restauración, además de trabajar en El Centro Nacional Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble, del Instituto Nacional de Bellas Artes, donde “mi querida” maestra Ruth Rivera era funcionaria.
“Fui la primera mujer restauradora de este país”, dice sin jactancia esta mujer menuda, que en Bellas Artes conoció bien a los hermanos Gorostiza, Celestino y José, quienes eran “unas finas y sensibles personas”.
—¿Cómo era Diego?
—Pues como todos los genios: hablaba poco. Ya empezaba con su enfermedad, que después lo llevó a la muerte. Era un hombre que se adentraba en sí mismo y de pocas palabras. Pero lo poco que hablaba era de un peso tal, que verdaderamente te dejaba boquiabierto.
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Y aquí está con sus recuerdos, algunos reflejados en los muros de su casa de la colonia Anzures, que también sirve de galería para exhibir sus acuarelas y aquellos los vestidos diseñados por ella misma que atesora en el clóset. Es la indumentaria que lució cuando encarnaba a La Catrina.
Los saca de uno en uno. Lo hace con mucho tiento. Está el sombrero y la serpiente emplumada que usaba como bufanda.
—¿Y cómo conoce a Diego?
—Porque la maestra Ruth me invitaba a su casa los domingos. Me decía: “Vente, te esperamos a almorzar en la Casa Azul”. El maestro solía almorzar mole; era su delicia.
—¿Qué más recuerda?
—Yo sí le lanzaba preguntas para saber qué pigmentos utilizaba y las diferentes técnicas que trataba, porque en la carrera de Restauro interesan todas las técnicas de pintura, tienes que conocerlas, y si no puedes dominarlas, cuando menos ser una guerrera en ese terreno.
—Y usted aprovechaba sus visitas con Diego.
—Pues lo que se podía, porque a veces el maestro se desviaba un poco y decía: “Oyes, nenita, terminando... ¿me puedes llevar a una visita que tengo que hacer?”. “Sí, maestro, lo que usted diga”. Él no manejaba ni tenía auto.
—¿Y adónde lo llevaba?
—Una de las visitas más seguido era a doña Lola Olmedo. Era la dueña del rancho El Batán, que estaba en San Ángel. Todavía está una capilla. Eran muy amigos y platicaban mucho.
—Y de qué hablaban.
—Pasaban cosas muy interesantes. Al final de su terreno de la señora Lola había un aljibe. Un día le dijo al maestro que quería una Quetzalcóatl; y el maestro, con una vara, empezó a dibujarle en la tierra lo que iba a ser una Quetzalcóatl y le explicó el tipo de piedra que tenían que utilizar, de colores naturales, para ese aljibe que quería construir la señora Olmedo. Y todo ese tiempo me la pasaba yo detrás de ellos.
—Eso le sirvió mucho.
—Muchísimo, el resto de la vida.
—¿Y se hizo esa Quetzalcóatl.
—Sí, diseñada por el maestro, y me quedó grabada toda nuestra cultura precolombina, de todo lo nuestro, de lo que nos pertenece. De ahí nace la necesidad y la querencia de ser una verdadera Catrina.
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Doña Bertha Sandoval Romero insiste en que ella fue la primera mujer que personificó a La Catrina, basada en aquel personaje de Diego Rivera en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, que desde 1947 estuvo en el hotel Del Prado, sobre avenida Juárez, hasta que después del temblor de 1985 fue trasladado hacia la parte de enfrente, donde edificaron el Museo Mural Diego Rivera.
“En aquella época no había nadie que apareciera como La Catrina por la Alameda Central y se paseara por Madero y llegara al Zócalo”, recuerda Sandoval Romero. “Ni caso me hacían”.
—Usted diseñaba sus trajes parecidos…
—Claro, del mismo maestro Diego, de su mural. Ese mural que se removió Del Prado y está en el Jardín de la Solidaridad.
—Y se paseaba vestida de La Catrina...
—Así es; todavía recuerdo que los niños de la calle salían hasta de las coladeras para sobarme, para quererme quitar un botón, una flor, algo. Yo los vi salir de las coladeras.
—¿No se basa usted en la calavera de Posada?
—Él hizo el grabado original, que es una hermosura, potente, pero solo graba la cabeza y el sombrero; el maestro Diego lo retoma y viste a La Catrina y la adorna con la Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
La artista plástica siguió diseñando vestidos, hasta formar una colección que guarda en su ropero, e insiste en que su encarnación de La Catrina ya la hacía en reuniones con amigos, mucho antes de que ella apareciera en calles del Centro Histórico de la capital del país.
—¿Y cómo se le ocurrió eso?
—Pues lo traigo incrustado en mis huesitos.
—¿Qué pensó?
—Pues que hacía falta salir en público, porque en privado, en un grupo de artistas plásticos, ya la personificaba, pero solamente con el sombrero que había traído de España una consuegra de mi madre; entonces yo le di la forma adecuada para diseñar toda La Catrina. Lo decoro y me lo pongo para recibir a los demás pintores y festejar los Días de Muertos.
La maestra Bertha Sandoval es incansable, pues también ocupa su tiempo como voluntaria en Casa Elvira, un comedor comunitario para ancianos y discapacitados que está en la colonia Cuauhtémoc.
—Tiene vocación de servicio.
—Así es.
—¿Y cómo se define?
—Como una persona que se multiplica, gracias a mi Creador, porque de otra manera no me lo explico. Son pocas las horas del día para hacer todo lo que yo quisiera hacer.