Cultura

Inyectándose valor ante el virus

Había estado en guerras y guerrillas, donde fue amenazado con armas cortas y largas, la adrenalina al cien, pero esta vez era diferente. Sería un superviviente de la pandemia. De esa inmensidad pantanosa resurgiría.

Roberto Andrade Rodríguez, de 43 años, podría representar a los que escaparon de la muerte, no así su madre; su padre, dos hermanos, sobrinos y otros familiares, mientras tanto, esquivaron el virus que a él, en cambio, lo llevaría al hospital, donde lo mantuvieron con piquetes de jeringas y pulmones con oxigeno de alto flujo de 37 litros por minuto.

El doctor Alejandro Ávalos, al ver la gravedad del paciente, sugirió atenderlo de inmediato, y entonces lo llevaron con su colega

Alfaro Rodríguez.

—No te muevas —pidió Alfaro.

—Estarás bien —lo reanimó la enfermera Sinaí Álvarez Torres.

Lo mantendrían bocabajo.

Nada más cinco días.

Cuando llegó al hospital apenas podía respirar. Se fatigaba demasiado. Se deterioraba poco a poco. El oxígeno era su tabla de salvación.

En una de esas el camarógrafo y realizador, curtido en el oficio por más de 20 años, recordó que había cubierto guerras y guerrillas, y que había sido amenazado con armas de diversos calibres, como para llegar a morir en una cama de hospital.

Y por primera vez lloró.

Y al mismo tiempo se inyectaba valor. Tenía como vecinos a otros pacientes, y sin embargo no todos resistirían los embates del virus.

Todo empezó el 27 de febrero.

En esa fecha le diagnosticaron covid-19. Doce días estuvo en su casa. Después ingresaría al hospital Ajusco Medio de la Secretaría de Salud del Gobierno de Ciudad de México. Tres días antes su mamá había sido internada en la Unidad Temporal Covid-19, Centro City Banamex.

“Yo llegué porque ya me cansaba mucho, incluso para poder levantarme al baño; después de dar cuatro, cinco pasos ya no los aguantaba”, recuerda Roberto, quien traía un tanque de oxigeno que le costaba 800 pesos por noche.

Su carnal Erick lo había alertado:

—Hermano, te ves muy mal.

Roberto tenía un oxímetro. Había leído en internet que si la oxigenación bajaba de noventa, la situación ya era complicada, por lo que necesitaba oxígeno. Para entonces ya estaban contagiados sus padres, los dos hermanos, tres sobrinos y sus cuñadas.

Lo que hizo Roberto fue conseguir oxígeno para su padre; pero al final, por recomendación del neumólogo, a quien consultaba vía telefónica, el tanque de 15 litros por minuto fue para él.

Primero consumía dos litros por minuto; después ascendieron a diez, hasta llegar a 15, por ese mismo tiempo.

El martes 9 de marzo, cuando llegó al hospital en silla de ruedas, auxiliado por su primo Carlos, Roberto sentía el efecto de quien aguanta la respiración bajo el agua y saca la cabeza para exhalar.

Lo llevaron desde Iztapalapa al Hospital Ajusco Medio, donde había carpas especiales, y ahí le preguntaron si quería quedarse ahí; dijo que sí, por supuesto, aunque sintió cierto temor.

Le indicaron:

—Te vas a ir a la Sección B.

Se apersonaron dos camilleros, Omar Gómez y Gabriel Almaraz, y uno de ellos soltó: “No te preocupes: aquí vas a estar bien, aquí te vamos a salvar”.

Y en el recorrido divisó a pacientes con cubrebocas en camillas, algunos con oxígeno y otros intubados.

Llegaron a la Sección B, cama B-8, él con 72 de saturación, y enseguida el doctor Andrés Alfaro Rodríguez le informó que debería estar bocabajo durante cinco días, sin comer ni beber absolutamente nada. “Todo te lo vamos a administrar vía intravenosa”.

Llegaron más enfermeros y le encajaron un puñado de jeringas y le hicieron un cuestionario infinito. “Iba prácticamente muerto en vida”, recuerda Roberto.

—¿Qué sentías?

—Ya no podía respirar sin oxígeno; sin el oxígeno, yo me moría. Yo ya había consumido en mi casa 15 litros por minuto.

—Mucha gente murió por falta de oxígeno.

—Sí, efectivamente, por no asistir a tiempo a un hospital; porque recuerda que a mucha gente le dio miedo y la ignorancia de decir: “no me quiero morir en un hospital”.

—¿Cuántas jeringas te pusieron?

—No te voy a exagerar: por una misma vena me ponían todo el medicamento. Me picaban entre diez y doce veces al día. En el brazo, en el estómago, en el ombligo, en todos lados.

***

Roberto envía un texto por WhatsApp:

No todos nos podemos salvar. Los médicos y equipo le echan ganas, pero muchas veces no está en sus manos. Ellos ponen todo de su parte, pero no deciden lo que la covid-19 trae para uno. Es una enfermedad que no sabes si te va a matar; ellos son guerreros, son héroes.

Desafortunadamente la muerte se va haciendo costumbre y eso está mal. El dolor es fuerte pero diferente; antes, ver fallecer a un familiar era una parálisis total; hoy, lamentablemente, es un parálisis normal; y eso, eso está muy mal porque entonces, ¿entonces en dónde carajos estamos parados?, ¿acaso la muerte se volvió normal?

¿O siempre ha sido normal, sin darnos cuenta que siempre ha sido así y hoy nos descubrimos normales? ¡Ya no lo sé! O quizás siempre somos simplemente normales. ¿O a lo mejor eso trajo esta pandemia? ¿O a lo mejor este sentimiento lo teníamos sin expresarlos y sin darnos cuenta?

Tantos muertos, tantas lágrimas, tanto dolor, tantas cosas que al final hay que seguir y seguir con todo a cuestas y con el corazón por delante, para ser invencibles y dar todo para ser mejores en esta vida.

Lo que digo son palabras desde el corazón de alguien que sufrió esta pandemia como muchos en el mundo.

Te amo mamá y siempre estarás en mi mente y en mi corazón.

***

—¿Qué fue lo más complicado?

Responde Roberto:

—Cuando el doctor Andrés me dice: “bocabajo”, “sin tomar nada de alimentos”, y cuando me ponen el oxígeno: “No, éste necesita más”, y el doctor Andrés ordena: “Tráiganse La torre”.

Y Roberto pensó qué será eso de “la torre”. Entonces supo que se trataba de “oxígeno de alto flujo”. Es decir, una máquina que llegaba hasta cuarenta litros por minuto; pero solo le pusieron 37 por ese mismo tiempo.

—¿Sentiste miedo en algún momento?

—Sí, cuando me dijeron: “Y si no reacciona tu organismo a esto, te vamos a tener que intubar”.

—Y qué pensaste.

—Lo peor. Porque de todos los intubados, según las estadísticas en aquel momento, nada más se salva el 8 por ciento. Y pensé: “Chin, me va a cargar el payaso; me voy a morir”.

—¿Lloraste?

—Lloré, sí, pero el segundo día. Te voy a decir cuando lloré: llegó una sicóloga, yo estaba bocabajo, y me dijo: “¿Qué tienes, por qué estás tan triste, por qué lloras?”.

—¿Y qué respondiste?

—Le dije: “Porque no es posible, doctora, que yo, que he estado en guerras y guerrillas y me han estado apuntado en la cabeza, por más de dos o tres ocasiones, con pistolas y metralletas, para que me venga a morir en una cama de hospital”. “Por eso lloro”.

—¿Y qué te dijo?

—Pues que me tranquilizara. Y empezó con la terapia. Y la verdad me tranquilizó bastante. Muchísimo.

—¿Y los enfermeros?

—Mis amigos Gabriel y Omar, porque los considero mis amigos…Bueno, te digo: solo tenía derecho a una llamada al día o cada tercer día, pero ellos eran muy buenas gentes y me comunicaban con mi esposa.

Tenía una doctora y un enfermero todo el tiempo. “Era un trato como si estuviera yo en un hospital particular, la verdad”, dice un Roberto agradecido con las atenciones. “No solo conmigo, sino con todos los pacientes. Parecían hormiguitas. Tenían todo calculado”.

Roberto valora:

—Un día me dice la enfermera: “hoy te toca baño”. ¿Baño? “Sí”, me dijo, y me bañaron en la cama. Y para hacer tus necesidades fisiológicas te llevaban un comodo. Es un trato impresionante; me dejó maravillado.

Veinte días estuvo hospitalizado.

“Ellos me salvaron la vida”, concluye Roberto, quien continúa su terapia en casa, auxiliado por su esposa y sus dos hijos.

Durante un mes trajo un concentrador de oxígeno, día y noche, lo que le ocasionó algunas secuelas en los pulmones y algo que se le conoce como “vértigo periférico”, según le diagnosticaron en el IMSS.

—¿Y de los pulmones?

—Ahorita están trabajando alrededor del 75 por ciento; tengo algo que se llama fibrosis pulmonar; pero conforme pase el tiempo voy a estar mejor.

—¿Qué te dijeron cuando te dieron de alta?

—“No te queremos de regreso”. “Llevas una gran ventaja: llegaste casi muerto, pero ahora tienes que echarle ganas con los ejercicios pulmonares”. También tengo que ir a consulta al Centro Médico Nacional. Y me mandaron a hacer un estudio de cráneo.

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Humberto Ríos Navarrete
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