Política

El bar es un lugar tan hermoso

Recordar duele y yo vivo cansado. Mirar a otros es lo que en esta vida me sostiene. Mi vocación es el silencio. Quieto observo personas que pasan en el bar las horas de la noche. No intervengo, tampoco me oculto. Inmóvil desde una mesa esquinada espero, acecho y escucho. Algo hay de interminable en mi mirada, como interminable es también mi avidez de encontrar gente perdida y desgraciada. Hombres y mujeres que llegan al bar y actúan como seres creados, pero poco a poco, mientras beben, sus faltas, fallas y fantasmas comienzan a filtrarse en sus movimientos, en sus ruidos y en sus caras. Desprecio insultos, desfiguros y peleas; huyo cuando estas filtraciones son evidentes y violentas. Me asquea el exhibicionismo del ruido y la reyerta. Mi pasión son las filtraciones sutiles, las que suceden en capas casi invisibles. Filtraciones de miedo, de angustia, de nostalgia y de sufrimiento que duran un instante y su efímera existencia sucede en esferas delicadas.

00:57 de la madrugada. Primer jueves de marzo. Cantina en el centro de Tlalpan. Suena Mercedes Nasta, una cumbia rara, donde la protagonista se compara con el volcán Paricutín desde el onirismo: “se llenó mi piel de lava cuando te conocí”. Huele a cloro y a limones. En el piso, bajo la barra, una seca escupidera metálica. En su extremo izquierdo está estacionado un camioncito de bomberos a escala rojo con franjas blancas.

Tres mujeres beben en una mesa frente a la barra. Una de ellas habla y de pronto su voz se oscurece sin aparente motivo y deja la frase trunca para dar un largo trago a su ginebra y luego pretende con una sonrisa que todo está bien, que todo sigue igual, que está ahí para divertirse y su voz no acaba de romperse. La repentina variación cromática en su sonido me conmueve porque representa su derrumbe. Un hombre sentado ante la barra se pone de pie y en su trayecto hacia el baño patea el camioncito de bomberos, que avanza graciosamente metro, metro y medio, por la escupidera, pero sus llantas no están hechas para la velocidad y se vuelca. El hombre ignora el accidente y de pronto siento una intensa repugnancia por él, por su necesidad de pretender ser algo que no se es, que no se puede ser.

Recordar me duele y la vida me cansa. Quiero trascender el dolor de mis recuerdos y el cansancio de mis años. Ya no ser algo concreto. Ya no estar sometido a la memoria y al tiempo. Ser un fragmento del paisaje y flotar ahí, en un bar, en busca de gente rota.

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Hugo Roca Joglar
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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