“Nuestra última conversación me ha afectado mucho”, me dice N, “he dejado de confiar en mis recuerdos”.
En esa conversación le dije:
D. H. Lawrence asegura que somos los sueños secretos de nuestras abuelas, no los que soñaron abiertamente y persiguieron, sino los que soñaron en secreto y les hicieron sentir miedo y culpa. Yo creo eso.
N quedó intrigada. Comenzó a recordar intensamente a su abuela y sintió la necesidad de entrevistar a gente que la conoció (“¿recuerdas a mi abuela?, ¿cómo era?”). Las respuestas que recibió la desconcertaron.
“La gente me ha dicho que mi abuela era colérica e iracunda, que era una mujer violenta e injusta, y yo no puedo entenderlo: en mis recuerdos es tranquila y protectora, recordarla es sentirme segura y querida. Era un encanto, siempre atenta de mí. Cuando le hablaba solía mirarme atentamente, con sus grandes ojos oscuros muy separados, con su aliento a tabaco, y si ella sentía que yo estaba triste, apretaba mi mano con sus dedos amarillentos a causa de la nicotina y en ese contacto yo sentía que todo iba a estar bien. Pero la gente me ha dicho que era una mujer difícil y conflictiva, incluso grosera. Y ahora ya no sé qué pensar. He comenzado a dudar hasta de mi pasado y durante estos últimos días cada que recuerdo algo sobre mi abuela me pregunto si no me estaré mintiendo”.
Yo no conocí a la abuela de N, pero le digo:
“Si en tu recuerdo es calidez, ¿qué cambia si en el recuerdo de otra persona es trueno, incendio y derrumbe? Si en tu recuerdo es dulzura, ¿qué cambia si en el recuerdo de alguien más es ira, miedo y tumulto? Si en tu recuerdo es comprensión, ¿qué cambia si te dicen que la recuerdan como todos los naufragios, como todas las venganzas o como Sycorax reencarnada? N, nada cambia y nadie miente. Tu abuela era multitudes, al igual que cualquier vida”.
Y esa idea parece tranquilizar a N: el recuerdo de su abuela como metáfora del interior humano, territorio de atmósferas contradictorias que se colisionan y fusionan sin descanso, yendo y viniendo violentas, sutiles, inmóviles, frenéticas, entre el horror y la belleza.
N reflexiona, parece otra vez alterada, y lanza una pregunta siniestra:
“Pero si somos multitudes, si nada de lo que hacemos tiene una sola cara, ¿cómo determinar el sueño secreto de mi abuela que yo represento?, ¿y cómo entonces determinar mi sueño secreto, del que estarán hechos mis nietos?”.
Hugo Roca Joglar