Dos bandos riñen en las redes sociales acerca del futuro del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en manos de María Elena Álvarez-Buylla Roces. Y es que un acto de ella abrió un divisionismo que toca un punto más amplio: la política científica que privará en México en la gestión de Andrés Manuel López Obrador.
Lamento constatar que tengo amigos en los dos bandos, y quisiera llamarles a la cordura, aunque sé que al calor de las discusiones la brecha se sigue abriendo.
Resumiré el alegato: alguien dio a los medios un oficio que Álvarez-Buylla envió al jefe del Conacyt, Enrique Cabrero Mendoza. El oficio pedía suspender convocatorias abiertas después del 31 de julio que pudieran comprometer recursos a gastar de 2019 en adelante. El tono de la carta, que parece más una exigencia que una solicitud, incendió las redes sociales.
Ante el ruido, Álvarez-Buylla circuló una “carta aclaratoria” y dijo que “se tergiversó su intención”. Pero le echó gasolina al fuego al pedir “una investigación interna para deslindar responsabilidades”. Después de más disparos en redes, el Conacyt respondió que se atendría al marco jurídico, que le impedía suspender convocatorias.
Quienes defienden a la investigadora, cuyo dominio temático es innegable, dicen que sería la primera ocasión en que el Conacyt tiene una dirección que se adelanta a los tiempos, en vez de demorarse hasta la eternidad. Esto suena bien, pero lo que temen los críticos es que este avorazamiento sea síntoma de algo peor. Y es que la próxima jefa del organismo que orienta la política científica en México es enemiga de los transgénicos. En otras palabras, tiene causa, y el temor es que convierta esa causa en política de Estado, usando como escudo al pueblo bueno.
Yo quiero decir que en tema científico, el enemigo es nuestro atraso. Sí hay que limpiar los marraneros, pero no en lo oscurito. Así como es un despropósito pedirle al pueblo una opinión técnica sobre el aeropuerto, también lo es equiparar los respetables saberes ancestrales con la capacidad operativa de la ciencia. Y todo lo podemos discutir sin perder de vista que, como dije antes, el enemigo es nuestro atraso.
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Horacio Salazar
Monterrey /