La violencia política, entendida como el uso de la fuerza física o psicológica para alcanzar objetivos políticos, es una plaga que ha dejado cicatrices profundas en la historia de las naciones. Su propósito, ya sea intimidar a opositores, influir en elecciones o reprimir movimientos sociales, siempre busca imponer una voluntad a través del miedo y la coerción.
Para entender la gravedad de este fenómeno, es útil examinar tres casos significativos: dos del pasado reciente y uno del presente.
1. El asalto al Capitolio en Estados Unidos (2021)
Tras la derrota de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2020, el entonces presidente se negó a aceptar los resultados oficiales y, en un gesto sin precedentes, incitó a sus seguidores a tomar el Capitolio el 6 de enero de 2021. El objetivo era impedir la certificación de la victoria de Joe Biden. Este ataque, calificado como un atentado contra la democracia, fue una clara manifestación de violencia política. Las imágenes de la turba irrumpiendo en el corazón del poder legislativo estadounidense recorrieron el mundo, generando condenas unánimes.
2. El bloqueo al Congreso de la Unión en México (2006)
En el contexto de las elecciones presidenciales de 2006, cuyos resultados dieron un margen estrecho de victoria a Felipe Calderón, México vivió un momento de alta tensión política. Diputados del PRD, en apoyo a Andrés Manuel López Obrador, intentaron bloquear el acceso al Congreso de la Unión para impedir que Calderón asumiera la presidencia. Esta situación, aunque controlada, dejó una marca en la memoria política del país. Fue condenada por diversos sectores, desde políticos hasta académicos, quienes vieron en este acto una amenaza a la estabilidad democrática.
3. El llamado a tomar San Lázaro (2024)
En un hecho reciente, Guadalupe Acosta Naranjo, del Frente Cívico Nacional (FCN), difundió un video donde hace un llamado a tomar San Lázaro, sede de la Cámara de Diputados, para impedir la toma de protesta de Claudia Sheinbaum como presidenta de México. Este llamado, justificado como un intento de frenar posibles reformas al poder judicial, es otro ejemplo de cómo la violencia política puede ser utilizada como herramienta de presión, incluso en un país que ha luchado por consolidar su democracia.
Estos ejemplos ilustran cómo la violencia política, lejos de resolver conflictos, tiende a exacerbarlos, dejando a su paso un rastro de desconfianza, polarización y desestabilización. En cada uno de estos casos, las acciones violentas no solo han fallado en lograr sus objetivos, sino que han socavado las bases de la democracia, una lección que parece no haber sido aprendida. El llamado del FCN es temerario y claramente se aparta de las líneas de protesta pacífica, pues incita a la violencia política en un momento en el que México enfrenta desafíos políticos significativos.
La pregunta aquí es: ¿En un país que se asume como democrático, se justifica el llamado a la insurrección ante una reforma que aún no se aprueba y que, hasta ahora, sigue los procesos previamente establecidos? Se podrá estar o no de acuerdo con la reforma judicial, pero la Constitución en México establece el procedimiento mediante el cual pueden ser modificadas las normas. Puede gustar o no, pero la realidad que dejó el 2 de junio es que las mayorías en las cámaras de senadores y diputados fueron ganadas en las urnas por la 4T, y ratificadas el día de ayer por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.