Cultura

Marianne en tiempo pasado

  • Sentido contrario
  • Marianne en tiempo pasado
  • Héctor Rivera

Pareciera que todo pasado fue idílico. Pero cuando el pasado era presente uno lo vive sin prestarle demasiada atención, carrereado por la inmediatez. En el día a día lo que importa realmente es pagar la renta, la luz, el agua, la comida. Todo lo demás, los amores, las pasiones, las alegrías se convierten en viento, en vagos recuerdos, a veces en un olvido sin remordimientos.

Seguramente así vivía su pasado de juventud Leonard Cohen, cuando era un muchacho que peleaba su libertad, que hacía lo que le venía en gana, viajaba, bebía, componía canciones, parrandeaba, se enamoraba y botaba por la borda sus afectos. Su vida era de envidia, en una isla griega, en interminables tertulias con los amigos en torno a una botella de vino, delicias culinarias, amores fáciles, largos días de sol y mar.

El tiempo encumbró a aquel muchacho canadiense con talento para cantar y escribir canciones. Lo convirtió en una de las más grandes estrellas del mundo del espectáculo. Cantó en los más prestigiados foros del mundo, vendió millones de discos.

Pero su pasado es de ensueño. Hidra, la isla griega que lo capturó en sus días juveniles, no solo cobijaba la bohemia de un montón de jóvenes que vivían el ocio como si fuera la más productiva de las profesiones. Era también la guarida secreta de celebridades de todo tipo, que buscaban discreción, anonimato. Por ahí andaban Jacqueline Kennedy, Mick Jagger, Allen Ginsberg, Sophia Loren...

Al comienzo de los años sesenta Cohen llegó a Hidra en el curso de una existencia itinerante. Hizo de una pequeña casa rústica su refugio, a cambio de 14 dólares mensuales. Ahí no había que esquivar los autos veloces, las bicicletas, las motocicletas. No había más que burros para transportarse. Alguna vez Cohen recordó aquel pasado idílico: “Vivíamos bajo el sol, descalzos. Éramos pobres, pero felices. No había agua corriente, ni coches, solo burros y tardamos en tener electricidad”. Ahí, en esa isla de pescadores, de turistas enigmáticos, de bohemios impredecibles, Cohen escribió algunas de sus más bellas canciones. Una de ellas, “So Long, Marianne”.

En la que es quizá la más popular de sus letras, Cohen le canta a aquella chica noruega que comenzó invitándolo a una tertulia nocturna con sus amigos y terminó apropiándose de su corazón. Marianne se convirtió desde entonces en la flama que mantuvo vivo aquel pasado idílico de Cohen.

El cantante la amaba con la misma fuerza que reclamaba su libertad, de manera que viajaba cuanto quería, pero volvía siempre a sus brazos. Un día no regresó.

Hace unos días, la familia de Cohen, fallecido tres años atrás, decidió limpiar los armarios y sacó a subasta cartas, textos y objetos varios que remitían a un pasado idílico que les era del todo ajeno. Alguien pagó un puñado de euros por unos papeles amarillentos en los que se hacía referencia a una tal Marianne.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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