Cultura

Hijos de Drácula

  • Sentido contrario
  • Hijos de Drácula
  • Héctor Rivera

George A. Romero tenía 28 años cuando se le ocurrió la extraña idea que nunca ha abandonado. Con mucha seriedad, con una solemnidad más bien fúnebre, asumió que los muertos podían salir de sus tumbas y andar por ahí en multitud mordisqueando a los aterrorizados vivos. En otras palabras, echó al mundo a una muchedumbre de muertos vivientes, harapientos, medio descarnados, con la mirada perdida. Y lo mejor de todo es que nadie se murió de la risa mientras veía a sus zombis sembrar el pánico en una desolada localidad gringa en La noche de los muertos vivientes, su primera película de largo metraje, realizada en 1968. Después de todo, en los años sesenta todo era posible, y más en 1968. En ese año Kubrick filmó 2001: Odisea del espacio, Polanski hizo El bebé de Rosemary, Pasolini realizó Teorema y René Cardona emprendió con mucho desparpajo una cinta sorprendente: El vampiro y el sexo, mejor conocida como Santo en el tesoro de Drácula.

Como a nadie le ganó la risa y a muchos se les pusieron los pelos de punta con sus horrendos muertos revividos, Romero se siguió derecho desde entonces. Filmó una tras otra un montón de películas pobladas por incontrolables bandas de zombis con los brazos necrosados por delante, las tripas de fuera y empeñados en merendarse a quien se les pusiera enfrente. Muy pronto, muchos siguieron sus pasos tras una fórmula que resultó tan exitosa que dio lugar prácticamente a un género fílmico que no solo no tiene fin a la vista, sino que ha brincado como si nada a la televisión con la muy exitosa serie The Walking Dead.

Romero, un neoyorquino que anda ahora por los 75 años, se habría adentrado inicialmente en la realización fílmica llevado por su entusiasmo con el cine de Orson Welles y la inspiración para su temprana obra maestra estaría asociada con Soy leyenda, una novela de Richard Matheson de la que se han derivado por lo menos dos versiones cinematográficas. El autor estadunidense falleció en junio de 2013 a los 87 años, dejando a sus lectores temblando de miedo con sus relatos de aterradora ciencia-ficción. Considerado por Ray Bradbury como uno de los escritores más importantes del siglo XX, y admirado por Stephen King, que lo veía como su mayor influencia en su vida de escritor, Matheson tenía a su vez sus propias influencias. Alguna vez contó cómo se le ocurrió la historia del personaje que queda solo en el mundo cuando un devastador virus desconocido reduce a escombros la vida de sus habitantes, convertidos en una suerte de violentos animales condenados a la oscuridad. Tenía 16 años y había visto Drácula en el cine. Salió fascinado con una idea dando vueltas en su cabeza: si un vampiro era aterrador, un mundo lleno de vampiros sería mucho más aterrador. Unos años después se sentaría a elaborar el asunto que cuajó de manera espléndida en Soy leyenda.

Curiosamente, Romero realizó en 1978 Martin, una elaboración muy ingeniosa sobre un joven que debe añadir a la cauda de novedades fisiológicas que le trae su abandono de la pubertad la obsesión de que es un vampiro. Es su película favorita.

Sin embargo, por alguna razón Romero se ha encerrado a piedra y lodo en un círculo de autocomplacencia que lo lleva a repetir ya con cierta fatiga la trama de La noche de los muertos vivientes. Se asume en realidad como el padre de la nutrida banda de cadáveres revividos que vagabundean por los cines de todo el mundo, una paternidad inevitablemente compartida con muchos realizadores de todos los talantes, que de cierta manera son también sus hijos.

De algunos debiera avergonzarse, y mucho. De otros no tanto. Uno de los más brillantes fue sin duda Dan O’Bannon, quien, entre otras cosas, echó a andar en la escritura la mítica saga de Alien, el octavo pasajero, trabajó en los efectos especiales de la no menos mitológica La guerra de las galaxias y emprendió a mediados de los ochenta una divertida y bastante cachonda parodia de la cinta célebre de Romero, El regreso de los muertos vivientes.

Romero no parece un hombre muy ilustrado. Tal vez alguna vez alguien le habló al oído sobre las bondades de lo que los expresionistas alemanes llamaban stimmung, en alusión a las atmósferas que fabricaban con las luces y las sombras. Sin esos recursos, empleados a su modo intuitivo, sus zombis nunca podrían salir de sus tumbas. Sin la luz de la luna en la noche oscura, sin la lluvia y sin la neblina, los muertos no pueden revivir.

A fin de cuentas, hay que reconocer que hacer un cine como el que le obsesiona sin caer del todo en el ridículo no es cosa fácil. Ese es tal vez el mayor de los méritos de uno de los más legítimos iconos de la cultura popular.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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