Cultura

Días de prohibir

  • Sentido contrario
  • Días de prohibir
  • Héctor Rivera

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En 1931 el realizador germano Friedrich W. Murnau filmó en Estados Unidos su última película, Tabú, una historia de los mares del sur. No pudo asistir al estreno de una de sus obras maestras porque estaba muerto a sus 42. Había dejado la vida por una loca pasión. En pleno encuentro sexual con su chofer filipino habían hallado la muerte en un accidente automovilístico en Santa Bárbara.

Tabú sorprendía no solo por la belleza enorme de sus imágenes y sus cualidades narrativas, sino por las libertades que se tomaba al mostrar a sus personajes femeninos, incluida su figura central, con los senos desnudos, mientras relataba las desventuras de una pareja enamorada pese a la prohibición del sacerdote de la comunidad.

Consentido por los productores alemanes, adorado por el público de su país, Murnau estaba acostumbrado a hacer lo que se le venía en gana en Europa. Sin embargo, se había dejado seducir por la industria hollywoodense mientras olfateaba los malos olores del autoritarismo nazi que se dejaban sentir cada vez con mayor intensidad.

Tal vez no lo sabía, pero las cosas en Estados Unidos eran bien diferentes, y se iban a poner peor, de modo que seguramente su cinta Tabú no habría podido concretarse, no al menos plena de desnudos.

De hecho, dos o tres años antes de que finalizara la década de los 30 del siglo pasado, el cine y el teatro comenzaban a estar bajo la mirada escrutadora de una censura que estaba a punto de instalarse en la institucionalidad. La atención estaba puesta entonces en los cuerpos desnudos, en la más mínima insinuación de carácter sexual, en los temas religiosos, en la igualdad racial y otros asuntos semejantes.

Cuando entró en vigor en 1934 el Código Hays comenzaron a ocurrir muchas cosas raras en el mundo del espectáculo en nombre de la autocensura. Si en alguna escena había una pareja casada en su habitación, cada uno debía ocupar una cama y taparse con las cobijas hasta el cuello. Nada de desnudos ni de arrebatos homosexuales. Si había escenas de baños y regaderas no había cuerpos a la vista. Poco a poco la censura fue extendiendo sus asfixiantes tentáculos moralistas por todo tipo de escenarios en el cine, el teatro, la ópera, la danza y la televisión. En el cine comenzaron a crecer y multiplicarse las mañas de realizadores empeñados en divertirse a costillas de la censura, como el británico Alfred Hitchcock.

De ahí en adelante la autocensura ha permanecido en el espectáculo como un fantasma que aparece o desaparece de vez en cuando. Pero siempre esta ahí, como una piedra en el zapato.

Hay quienes consideran sin embargo que los tiempos que corren en la creatividad son demasiado laxos, de manera que es cada vez más frecuente la búsqueda de lo que llaman “directores de intimidad”. Su misión consiste en supervisar con ojo clínico cualquier cosa censurable.

Dios nos agarre confesados. 

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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