Para Ignacio Lapuente Rodarte, hombre libre y solidario
Budapest, 23 de octubre de 1956. Un grupo de estudiantes encabeza, ante el Parlamento de Hungría, una movilización de miles de personas contra el autoritarismo soviético y la policía política. El gobierno húngaro asesina a varios estudiantes. Las protestas cunden por toda la nación. En pocos días el movimiento triunfa y derroca al gobierno de András Hegedüs. El nuevo gobierno, dirigido por Imre Nagy, suprime la policía política, declara el propósito de abandonar el Pacto de Varsovia y promete la celebración de elecciones libres.
Unos días después, dos estudiantes de preparatoria, procedentes de Alemania Oriental, visitan la tumba del abuelo de uno de ellos en Berlín Occidental. Después van al cine y ven un noticiero que informa sobre los acontecimientos de Hungría. Los estudiantes regresan a su ciudad y en la escuela cuentan la historia a sus compañeros. La insurrección húngara les despierta una gran simpatía. Luego visitan al tío de uno de los estudiantes quien los reúne alrededor de un aparato de radio. Escuchan la estación del sector americano de Berlín Occidental, RIAS, y se enteran con más detalle sobre lo que ocurre: soldados soviéticos reprimen violentamente a los insurgentes húngaros. Afirman, equivocadamente, que Puskás, el ídolo húngaro de fútbol ha sido asesinado.
Uno de los estudiantes les propone a los demás solidarizarse con los húngaros caídos. ¿Cómo? Haciendo un minuto de silencio frente a su profesor de la clase de historia. Al día siguiente, llegado el momento, el maestro se presenta: comienza, como de costumbre, preguntando la lección del día. El primero en ser cuestionado parece dudar; pasan unos instantes... sin embargo, se sostiene: de su boca no sale ninguna respuesta. El segundo está a punto de ceder, pero hace un esfuerzo y se rehúsa. El profesor comienza a ser presa de una ira incontenible. Varios estudiantes continúan el acto silencioso hasta que el profesor grita sin control. ¡De qué se trata todo esto! El alumno Erik Babinsky le responde descompuesto: ¡es una protesta política!
Una tormenta se desata. Las autoridades de la preparatoria indagan el caso. El director quiere saber el origen y el sentido de todo esto: teme represalias del gobierno. Pero no había manera de impedir que sucediera. Muy pronto, el régimen de la Alemania Democrática, temeroso de que Hungría fuese sólo el principio de una insurrección generalizada en el campo socialista, envía a la inspectora Kessler a interrogar a los jóvenes. Lo hace de una manera que revela el control característico de un sistema totalitario. Quieren saber el por qué del minuto de silencio. Qué está detrás de todo esto y quién o quiénes fueron los instigadores. El castigo será ejemplar. Quien haya inspirado la protesta no se podrá graduar jamás en ninguna escuela de la Alemania socialista. Y la sanción es todo menos irrelevante: el que no se gradúe tendrá que seguir una carrera de obrero en la industria metalúrgica o algo por el estilo.
Theo Lemke, uno de los estudiantes, sabe muy bien lo que le espera. Se lo hace saber Hermann, su padre, obrero industrial quien hace algunos años intentó rebelarse contra el sistema y fue perdonado a cambio de disciplinarse. Para extirpar de su mente cualquier intención de continuar la protesta, lo lleva a experimentar, a su lado, la dureza de un día de trabajo completo. Otro de ellos, de nombre Kurt Wächter, el autor intelectual de la protesta, es hijo de un alto funcionario municipal y miembro del partido gobernante. Éste lo conmina como puede a que arregle las cosas, pues está en riesgo su futuro político.
Nada pueden hacer los consejos. Los jóvenes han decidido que no van a claudicar, es decir, no van a traicionar al inspirador de la protesta y se van a sostener, todos, en la postura de que nadie sabe quién fue el responsable: simplemente, se corrió la voz de guardar silencio.
Siguen reuniéndose con el tío de la radio. Éste, además de homosexual, tiene una clara sensibilidad intelectual. Al saber del paso que han dado los jóvenes les aclara: decir lo que piensas te hace enemigo del Estado. Y ésa es, precisamente la cuestión. Decir o no decir, pensar o no pensar, ser congruente con lo que se cree o no serlo. Podría parecer irrelevante pero no lo es. Sorprende que unos cuantos jovencitos, sin otro poder que su congruencia con lo que creen y sienten, provoquen el nerviosismo de los poderosos y desencadenen la furia del
establishment.
Todo esto sucedió. Se narra en
La revolución silenciosa, película de 2018 dirigida por el director alemán Lars Kraume a partir del libro escrito por uno de aquellos estudiantes, Dietrich Garstka. Verla hace pensar en la casi absoluta escasez de nuestra libertad, en el peso, a veces opresivo, de los intereses que nos rodean. También en el valor de la verdad y en el poder de la dignidad. Éste es grande. Incluso, diría yo: invencible.