De una angustiante espera al caos y de la incertidumbre a los temblores económicos. El anuncio de la imposición de aranceles por parte de Estados Unidos a México, Canadá y China sacudió todo el escenario económico regional y global. Todos los pronósticos económicos que hacían referencia a un crecimiento moderado se evaporaron en poco tiempo para dar paso a las previsiones sobre el impacto de los aranceles en las exportaciones mexicanas, en las importaciones estadounidenses, en la cotización de la moneda frente al dólar, en las inversiones y los empleos que pueden perderse hasta llegar a la sombra agorera de la recesión.
El manotazo sobre la mesa que dio el gobierno de Donald Trump no sólo generó reacciones apuradas y temores en distintos campos de la economía sino que obliga a repensar las estrategias por parte de diversas naciones, por parte de empresarios y, desde luego, también por parte de los consumidores. Los aranceles del 25 por ciento tienen el poder de golpear las exportaciones, incrementar los costos de los productos y con ello volver a disparar la inflación, así como pueden afectar las inversiones, la relocalización de empresas, el crecimiento, el empleo y un largo etcétera.
Si pensamos en los escenarios de hace algunos meses, uno de los temores apuntaba a que las economías latinoamericanas no crecerían lo suficiente debido a que están perdiendo impulso y a la incertidumbre sobre lo que podrían pasar con economías como China y Estados Unidos. Con el escenario actual empeoran automáticamente los pronósticos para el comercio, las exportaciones, el crecimiento y sobre todo para los precios y los consumidores. Uno de los grandes temores es que los precios vuelvan a subir y con ello golpeen a los sectores más vulnerables: las personas que viven en condiciones de pobreza.
Una cuestión importante es que no se trata sólo de un conflicto entre Estados Unidos y los países afectados directamente por los aranceles: el impacto de una guerra comercial en la cual se encarecen las exportaciones y las importaciones puede extenderse a distintas latitudes y golpear a las empresas, las inversiones, las personas. Pero, claro, todo hay que tomarlo con calma y en su justa medida, ya que todavía hay que ver el resultado de las negociaciones, los acuerdos y las medidas que prevalecerán más allá de las anunciadas en un primer momento.
Pero más allá del caos coyuntural, la situación es un toque de alerta sobre la dependencia que se tiene de un solo mercado, de la concentración de las exportaciones en el mercado vecino, de la urgencia de mejorar la competitividad y la productividad para mejorar en cuanto a calidad, precios y mercados de destino, así como en la importancia de invertir más en innovación y conocimiento. Con la corriente en contra y con el mar embravecido, la fuerza de los motores propios y la capacidad de ajustarse a las necesidades son vitales. Más allá de este momento convulsionado hay lecciones que debemos asimilar. Invertir más y mejor en las fuerzas vivas de la economía, la gente, podría ser un buen paso para enfrentar futuras tempestades.