Trump es un maestro del marketing. Desde su propio nombre hasta la presidencia de Estados Unidos, el magnate ha sabido vender y venderse muy bien. Aunque su forma de mercadear haya sido siempre la de la controversia, con el costo de ir dejando enemigos por todos lados, sin duda sabe cómo posicionar servicios, productos y conceptos. Es en parte lo que ha hecho con el TLCAN, con el que se anotó uno de sus triunfos más importantes que estará presumiendo en los próximos meses, años.
Claro que hay cambios en el nuevo acuerdo entre México, Estados Unidos y Canadá. Por supuesto que habrá algunos efectos, tanto positivos como negativos, en la vida comercial del continente. Pero el espíritu del tratado queda más o menos igual, razón por la cual muchos le han llamado TLCAN 2.0. Es decir, es una nueva versión de la misma cosa, revisada y mejorada en algunos puntos, y quizá empeorada en otros, según como le vaya en la feria a cada quien. Pero al final de cuentas el libre comercio de América del Norte se salvó ante las amenazas del nacionalismo trumpiano gracias, claro, a los equipos negociadores de los tres países, y a pesar de Donald Trump.
El magnate busca problemas, hace que la gente los asuma y luego los resuelve a su manera. Por esto era de vital importancia cambiar radicalmente el empaque del TLCAN por el ahora USMCA (por las siglas de los países integrantes, dejándole por cierto a México una sola letra y a Estados Unidos y Canadá dos), y que no se viera como una continuación del TLCAN. En percepción, Trump tenía que “romper” definitivamente con lo de antes para poder decir que “eliminó”, “destruyó” o “acabó” con el TLCAN y recibir un fuerte aplauso de sus seguidores en los mítines actuales y los del 2020. Una nueva genialidad mercadotécnica. Para eso se pinta solo.
APUNTE SPIRITUALIS. Habrá que ver si el marketing le alcanza a Trump para zafarse de las investigaciones en su contra, o del posible (aunque no tan fácil) triunfo de los demócratas en noviembre. Ya lo estará pensando.
