Cada semana el presidente López Obrador confirma su vocación autoritaria. Cualquier límite a su poder lo irrita y si ese obstáculo le impide de manera reiterada que sus deseos se traduzcan en hechos, lo saca de quicio y pierde el juicio. Tal cual. No hay manera de entender afirmaciones tan falsas y escandalosas como las pronunciadas en los últimos días: “todo el Poder Judicial está podrido” afirmó como respuesta a la no prolongación del mandato de Arturo Zaldívar, el único juez no corrupto del país, según AMLO. La desmesura presidencial está normalizada, considerando las pocas condenas a esa descalificación brutal de uno de los poderes de la unión.
Por haber eliminado las candidaturas de Félix Salgado y Raúl Morón y luego por quitarle tres diputaciones a Morena al considerar fundadas las impugnaciones de la oposición, el Presidente se fue contra los consejeros del INE y los magistrados del Tribunal: “Cambio completo, renovación tajante, no se puede con lo mismo, no son demócratas, no respetan la voluntad del pueblo, no actúan con rectitud, no aplican ‘al margen de la ley nada, por encima de la ley nadie’”.
Juicios muy duros que no se molesta en demostrar porque en su lógica, él encarna la voluntad del pueblo, por tanto, sus decisiones son la democracia. Y la ley no puede estar por encima de la voluntad del pueblo. Por tanto, cuando los miembros del Poder Judicial, del Tribunal y los consejeros del INE aplican la ley al Presidente y a su partido, dejan de actuar con rectitud, ya no son demócratas, no respetan la voluntad del pueblo y se vuelven corruptos. Así de simple es el razonamiento presidencial. Pueblo, líder y democracia son una trinidad indisoluble encarnada en el Presidente. Lo novedoso en esta ocasión es que AMLO haya afirmado que los magistrados y consejeros no aplican la ley, cuando lo único que han hecho es precisamente aplicársela a él, para que se haga realidad su lema de “al margen de la ley nada, por encima de la ley nadie”.
Pero lo más preocupante es que del anatema a los integrantes del Tribunal y del INE siga el intento de “cambio completo y renovación tajante”. No es tolerable que alguien se oponga a los designios y a la voluntad presidencial, que son la voluntad del pueblo. Hay que someter esas instituciones a la verdadera democracia, es decir, a él mismo. Y entonces impulsará la reforma política. Lo interesante será conocer su contenido, porque si a la renovación completa del Consejo General del INE y de los magistrados de la sala superior del Tribunal Electoral se suman la desaparición de los diputados de representación proporcional y la reducción de 50 por ciento de las prerrogativas de los partidos políticos, creo que Morena se quedará solo, ni siquiera tendrá los votos del Verde y del PT, por lo que corre el riesgo de no juntar ni siquiera la mayoría absoluta, no se diga la calificada.
Así, AMLO tendrá que pensar muy bien qué tipo de reforma política quiere, ya que le puede suceder lo mismo que con el transitorio de Zaldívar: que le salga el tiro por la culata, ya que era intransitable un cambio tan abiertamente inconstitucional. Estaba más allá de la buena disposición de Zaldívar y su costo era elevadísimo. Por tanto, empecinarse en cambios que atentan contra el equilibrio entre poderes, genera la mayor cantidad de resistencias posibles, políticas y jurídicas, que ya han mostrado su eficacia. Ojalá y sea el caso de la oposición al intento de someter a las autoridades electorales a sus caprichos. No puede pasar esa reforma.
Guillermo Valdés Castellanos