Lejanos aquellos primeros días de su mandato en los que era posible toparse con el recién electo gobernador de Nuevo León, en algún vuelo comercial en ruta a, o desde Monterrey, viajando en clase turista como cualquier otro ciudadano.
Todavía guardaba las apariencias sobre las conductas que había prometido adoptar si llegaba al cargo. Entre sus ofrecimientos al electorado se contaba el abandonar la repudiada práctica de su antecesor Rodrigo Medina en cuanto a despilfarrar del erario los costos consuetudinarios de viajar en avión privado (34 millones de pesos).
Estaban frescos los días de campaña y la gente incluso aprovechaba su presencia en los aeropuertos o en las aeronaves para fotografiarse con él. El resto del viaje Jaime Rodríguez lo hacía enfrascado en su celular a través del cual todavía parecía mantener contacto con sus adeptos en redes sociales.
En alguna ocasión, en un vuelo por azar, este reportero fue el tercer ocupante de una banca de tres asientos. Los dos primeros los ocupaban pasajeros que no reconocieron en el tercero al que escribe; eran El Bronco y su actual secretario de Administración.
Por ello pude escuchar de manera impremeditada retazos de una conversación que sostenían a intermitencias sobre personajes en lista de espera para un puesto en el recién inaugurado sexenio rodriguista. Enrique Torres –a la sazón recién nombrado director de Agua y Drenaje– le mencionaba algún colaborador posible y Jaime Rodríguez lo palomeaba o no.
Desde luego no registré pormenores de aquella conversación porque no me correspondía enterarme de ella. Pero al aterrizar y salir del avión, sí recuerdo de Enrique Torres (hoy más conocido por sus diatribas con la prensa) usar su voluminosa humanidad (algo astrosa) para imponerse a codazos, atropelladamente, sobre otros pasajeros, apresurando el paso para mantenerse al lado del gobernador, como imán pegado a un talismán.
Hoy, veintiún meses después El Bronco al parecer ya poco utiliza aviones comerciales, la nómina de su Coordinación de Servicios Aéreos cuesta al erario 572 mil pesos mensuales y lleva acumulados 1 millón doscientos mil pesos en uso de jets privados. Ahora invoca para sí mismo aquello que al principio reprochaba. “Yo soy gobernador y los vuelos privados los paga el gobierno”. Se ufana: “Le estoy saliendo baratísimo al Estado: 1.2 millones en año y medio, más o menos son 66 mil pesos mensuales”.
Pero el problema no es prorratear el gasto entre los meses transcurridos de su mandato, sino lo que significa haber dado la espalda a una de sus promesas electorales, lo que viene siendo ya una constante en él, y además mantenerla en la opacidad, otra constante recurrente de su gestión. Es su palabra (“viajo por asuntos del gobierno del estado”) contra la suspicacia de los contribuyentes que más bien lo ven asistiendo a actos de mal disimulado proselitismo a su persona, en diferentes puntos geográficos de la República.
Encima de lo anterior, como si fuera un menesteroso del Palacio de Cantera y no devengara el segundo sueldo más alto de todos los gobernadores del país ($132,093.00 pesos) avisa que “de algo tiene que vivir” por lo que los nuevoleoneses deberán acostumbrarse a verlo pronto en un sinnúmero de anuncios comerciales promoviendo publicidad para su tequila o sus botas que llevan su marca. Y también en revistas que súbitamente deciden llevarlo “gratis” en la portada de sus ediciones que luego publicitan en carteleras espectaculares, porque según él “la reconstrucción que estamos haciendo de la deuda del estado es histórica”.
Histórico a ojos vistas de muchos observadores sería que dedicara el cien por ciento de su tiempo a gobernar la entidad en el cargo que fue electo y por el que percibe un jugoso salario, dejando a un lado su quimera de figurar como candidato independiente en el 2018 presumiblemente con recursos del gobierno del estado.