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  • Guillermo Colín

Variopinto en su resumen, el primer año en México de un gobierno asumido de izquierda dejó talantes diversos. Muchos ciudadanos quisieron celebrar su sobrevivencia (aunque nunca o en muy pocas ocasiones estuvo realmente en riesgo) extendiendo un amplio respaldo a una presidencia que, como nunca en el país, unos repudian con violencia verbal inusitada.

En contraste otros, los ciudadanos adeptos al amloismo elevaron a unas alturas cada vez más inmarcesibles la figura de su líder indiscutible. Obviaron las incongruencias del nuevo régimen exhibidas por él mismo en no pocas ocasiones.

No puede, sin embargo, culparse así a quien de manera sostenida gana el ánimo político de más de 30 millones de una colectividad que durante décadas repudiaba por sistema cualquier acto político precisamente, y mismos que ahora ejercen sus derechos con una renovada fe en que un cambio de régimen y hasta de sistema puede ser posible y por ello se inscriben en él. No es poca cosa.

Ciertamente su estilo personal de gobernar fue en buena parte el predicho por sus malquerientes, pero ello no necesariamente implica una aberración grave a la hora de gobernar, si bien menudearon desde la derecha quienes de manera simplista y burlona, a todo y por todo ideologizaron con reproches virulentos.

López Obrador mismo se encargó de acentuar las contradicciones incurridas en algunas de sus actuaciones, si bien debe decirse que muchos admitieron no había en ello falta de buena fe del Presidente, sino que son productos incubados desde su trayectoria política y desde luego en su formación con notorios déficits culturales y arraigados clichés sociales (por ejemplo, sostener una moral decimonónica como guía mística de actos de gobierno para erradicar sus vicios, la desincorporación presupuestal y discursiva de la ciencia frontera en los planes de desarrollo del país, la atrofia autoinflingida de las relacionales internacionales de la nación y una deslavada profesión retórica de fe en el feminismo, pero con el derecho negado a la mujer a decidir sobre su cuerpo).

Lo anterior sea dicho, sin desconocer logros y avances importantes (la recuperación de los espacios públicos –quizá la convivencia política mejor lograda– para que el pueblo se celebre a sí mismo), así como inquietantes episodios aún en busca de explicitación (la tolerancia –y algunos dicen que hasta el patrocinio–) ante el desplante anticonstitucional del gobernador Bonilla para alargar su periodo a discreción y más allá del mandato popular; el esclarecimiento del fallido operativo contra el cártel de Sinaloa, a días de una misteriosa reunión sostenida entre agentes de la DEA y altos personeros estadunidenses ligados a tareas de seguridad con autoridades similares y el gobernador de Tamaulipas; así como el affaire LeBarón y su secuela trágica. Y la siempre ominosa sombra de presunta protección al sexenio pasado. No la ofreció en campaña y no la ofreció ya en el puesto, por el contrario, varias veces canceló la posibilidad. Pero la mera sospecha de su existencia impune, irrita y no mitiga el afán justiciero de la población.

En el balance subsisten dudas persistentes respecto al futuro y una pregunta que admite varias respuestas según sea el ángulo desde el que se emite: a un año de arribar al poder, ¿qué tipo de gobierno es el de López Obrador?

Ciertamente no es de derechas, aunque la macroeconomía y sus indicadores siguen siendo el tótem liberal de su gobierno. AMLO en su gobierno ha debido salir en defensa del laicismos ante los amagos de medidas planeadas o incubadas durante su mandato. Se dice que pese a sus negativas reiteradas, se cocinan de diversos modos, inclusiones de las religiones establecidas en la vida pública del país, con concesiones de canales de comunicación electrónica, permisos para celebrar servicios religiosos en la vía pública y celebrar en iglesias y recintos eclesiásticos deliberaciones políticas de los ministros de culto.

Enmarcarlo de izquierda es también algo relativo. De entre muchas posibilidades: ¿izquierda electoral? o ¿izquierda social? Más pareciera la primera a juzgar por tácticas de clientelismo que con todo no tiene alcances sobre los pueblos indígenas y otros núcleos de población con honda raigambre regional en donde proyectos como el Tren Maya y el que uniría al Golfo de México con el Pacífico, son tildados sin simpatía por “desarrollistas”.

En medio de una economía que no despega en su sexenio se han abierto dos enormes posibilidades de súbita riqueza, mayor aún que el petróleo: los yacimientos de Litio en Sonora y Chihuahua. Y los inmensos de oro, plata, zinc y plomo en el estado de Guerrero a lo largo de 187 kilómetros.

Palidecen en alcances con imponderables como el que representa el general Luis Rodríguez Bucio, actual jefe de la Guardia Nacional, quien como jefe del grupo de análisis e información del narcotráfico (GIAN) de la Sedena fuera cercanísimo a Genero García Luna durante los últimos seis años. 

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