Política

Alma de sicarios

  • Entre pares
  • Alma de sicarios
  • Guillermo Colín

Pocas veces habrase visto en la escena nocturna juvenil de Monterrey un drama más violento como el documentado en video y difundido a través de las redes sociales, respecto de la sanguinaria pelea campal ocurrida la madrugada del domingo entre las 04:00 y las 05:00 horas en el estacionamiento de un centro comercial al sur de Monterrey, denominado Plaza Las Villas, donde se escenificó una salvaje trifulca entre unos 15 jóvenes regiomontanos, hombres y mujeres en apariencia de clase media.

La pelea callejera, de por sí salvaje como son todas las de hoy (donde abundan feroces patadas que producen fracturas craneales, contusiones cerebrales, costillas quebradas, narices fracturadas, labios rotos, retinas desprendidas u órganos internos macerados), actualizó aquella otra tristemente célebre batalla urbana, escenificada en el municipio metropolitano de Monterrey hace algunos años, por unos fanáticos que aventaron el vehículo en que se transportaban hacia otros hinchas del equipo contrario.

Así en esta ocasión en el transcurso de unos diez minutos, un vehículo hizo las veces de un ariete motorizado y atropelló a diestra y siniestra a cuanto joven despavorido se atravesó enfrente del conductor, causando a simple vista lesiones de consideración en sus contrapartes, ya que algunos fueron incluso prensados contra otros vehículos que se encontraban estacionados.

Captadas por el micrófono de sonido ambiente de la cámara, las expresiones mismas de otros jóvenes que desde algún observatorio de altura videograbaron el violento evento, dan cuenta del asombro y del horror provocado en ellos por los trabados abajo en pelea sin cuartel, a ojos vistas embriagados y quizá varios de ellos drogados al cierre del antro de donde provenían y donde surgió la chispa.

Llama la atención en estos jóvenes regiomontanos clasemedieros, la falta total de miramientos para agredir con vileza a sus semejantes aun a riesgo de la vida de otros, concurriendo las agravantes típicas de alevosía y ventaja en hechos de sangre. Ya ni qué decir de la falta de humanidad, de criterio, de madurez o de escrúpulos morales.

En este sentido, dichos personajes que la noche del domingo pasado se liaron a golpes con sevicia y causaron atropellamientos con sus autos como carritos chocones de feria popular, ya son equidistantes en casi todos sentidos a esos seres deshumanizados por el crimen organizado que se conocen como sicarios, palabra que en sí misma encierra el horror de una piltrafa humana capaz de cometer las peores barbaries y los actos más inhumanos.

Si hasta hace poco horrorizaba la violencia de la que eran capaces en los estadios unas porras tumultuarias o barras de aficionados de clases populares dispuestas a cualquier trifulca contra los seguidores del equipo rival, ahora mismo puede verse que en las clases afluentes de Monterrey ya hay jóvenes regiomontanos con alma de sicarios.

Conmueve hasta el escalofrío pensar en consecuencia que si el silogismo es válido se trata de una nueva generación de jóvenes regiomontanos con alma de sicarios, a los que si el narco los reclutara hoy, mañana violaría, torturarían, cercenarían y desmembrarían a sus víctimas sin el menor asomo de conmiseración.

Y en este contexto lo relevante que resulta del triste caso es que tales jóvenes –hombres y mujeres sin distinción– afloren de capas sociales afluentes, núcleos familiares donde pudiera suponerse que reinan las beatitudes sociales y las espiritualidades postizas, las exégesis del emprendedurismo regio sin matices ni claroscuros, y donde priva una relativa mayor educación, o escolaridad mejor dicho, así sea formal.

Pero ni por la crudeza de los sucesos, los padres de estos chicos regios han levantado la voz para hacerse oír de cara al fenómeno: si por afectados para levantar la demanda judicial correspondiente a su condición de lesionados; si por victoriosos en el combate de gladiadores viciosos para dar un tremendo ejemplo de integridad: vengo a presentar a mi hijo (a) ante la autoridad para que sea sancionado como corresponda porque con su auto fue uno de los atropelladores, o fue uno (a) de los pateadores que rompió algunas quijadas, fracturó algunos dedos o provocó el derrame cerebral que sufrió uno de ellos.

Extrañamente y pese a que la misma policía logró dar con varios de los involucrados, hasta el día de ayer aún no había ni arrestos ni denuncias porque las familias estaban ponderando con sus abogados si procedía fincar las demandas o no. Y los agentes de seguridad solo hablaban vagamente de proseguir “las investigaciones”.

Se cierra así desde los mismos núcleos familiares donde se abrió, la impunidad al ciclo infernal de conducta criminal, explícita e implícitamente consentida desde el machismo regio de padres a hijos (e hijas) como olvidable hazaña librada de cabrones y cabronas, tipificada por la propia corrupción moral, típica del que huye del lugar de un accidente para eludir la responsabilidad civil que hubiera lugar.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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