Vivimos la época de la distracción, vaya época para vivir. No, no solo es por la enorme cantidad de estímulos y outlets con los que contamos en estos momentos. No, no tiene que ver con la gran cantidad de voces que hoy pueden expresarse en foros que en el pasado no existían o con la mutación en la que se encuentran los medios tradicionales en donde -cada día más- el infotainment se apodera de la fórmula.
No, hablo de la táctica para cambiar el foco del discurso. Andrés Manuel López Obrador es un experto en la distracción. Escuchen cada mañanera y verán el truco. Primero, ante una pregunta formulada con la intención de encontrar carne que explique a la población las razones de una política pública -acertada o no-, el presidente comienza con una justificación que transita entre el mea culpa a la aclaración de objetivos logrados, promesas cumplidas de forma parcial pero cumplidas.
Después, el revire. No habrá historia para el primer mandatario que no esté contaminada de un enemigo emanado del pasado. La mafia del poder, los conservadores, los fifís, la prensa manipulada, los oscuros intereses, el status quo que no lo deja avanzar. A partir de ese momento, la respuesta se convertirá en una enorme alegoría de responsables y razones del fracaso y el estancamiento. Si revisan ustedes la cantidad de preguntas y respuestas cualquier día, el número es poco en comparación a la duración. Cada conferencia termina por durar alrededor de 120 minutos y serán menos de diez preguntas en promedio los que son respondidos. Muchos dirán que tiene que ver con el terreno y el gusto del López Obrador por extender la respuesta, pero si la sustancia es poca al final del día, el alargamiento tiene que ver más con cuestiones claras de lo que en las cámaras se conoce como filibusteo.
Choro, pues. Choro listo para evitar explicar los fallos o solidificar las explicaciones de lentitud en las promesas, sea crecimiento económico, agilidad de programas sociales, seguridad, controles de secretarías, pifias de difusión o hasta reclamos a las puertas de su casa que, a propósito, también es su oficina. Si la distracción incidental debe ser alertada y evadida, debe pasar lo mismo con la distracción incidental.
Durante la semana, la discusión sobre las licencias y venta de la Villa Panamericana volvió a la academia con una mesa convocada por el Iteso. Aparecieron vecinos, dueños de terrenos, miembros de los gobiernos estatal y local. Los puntos expuestos eran divergentes pero podían llegar a coincidencia. No obstante, la difusión de la conversación se obstruyó con un debate alterno sobre las expresiones hacia una funcionaria de gobierno. Las expresiones pueden ser debatidas o reprobadas, pero el objetivo central del día se diluyó de forma triste. Entiendo lo importante de no permitir el discurso de odio, solo debemos buscar como sociedad cómo balancear temas y evitar que el bosque de discusión virtual termine por enterrar los temas que son relevantes para el futuro de la sociedad entera.
Portapapeles
El presidente y su subsecretario de Gobernación se comprometieron a encontrar a los 43 estudiantes desparecidos en un fin de semana como este. Ojalá tengan éxito porque, de lo contrario, la desilusión será mayúscula. Para los padres de familia y, claro, para los simpatizantes. Ni modo de decir, una vez más, que fue el Estado quien no logró cumplir su promesa.