En una tóxica sociedad como en la que vivimos hoy en día, la distracción de la carrera presidencial -o estatal para el caso- funciona para evadir datos y resultados, cifras nada buenas y acciones incompletas para poder ver no solo el perfil del reemplazo, sino el futuro como algo tangible y esperanzador.
Apenas la semana pasada, el presidente regresó al juego de sus corcholatas, versión adaptada del tapadismo creado después de Lázaro Cárdenas y que, a partir de intrigas palaciegas y la sorna de los periódicos de la época, dilucidaban quién era el favorito del primer mandatario para sucederlo. Espectáculo cumbre del poder en donde el mismo que elegía sabia que sería la última gran acción de su gobierno. Lo demás sería morir.
López Obrador lo sabe pero ha abierto el juego para doblar la apuesta. Enfatizar que el pueblo decidirá por encuestas lo que él sabe tiene la última palabra como una burla más al deseo transformador de la gente que lo llevó a la presidencia y que, en borbotones, se desencanta.
Pero en el juego de espejos el presidente sus precandidatos ya están en la jugada. Claudia Sheinbaum lleva un año donde su mayor preocupación no ha sido el gobierno de la Ciudad de México o la reparación del daño a deudos y heridos por el accidente de la Línea 12 del metro capitalino, sino encontrar la respuesta al enigma que es la popularidad. Sin un equipo eficiente y con mucha parálisis, la científica ha crecido poco en reconocimiento pero no en el convencimiento social que pudiera ser presidenta.
Sale a la calle, sonríe o hace una mueca, intenta ser graciosa pero no pega, no atrae, no magnetiza. Sigue sin entender que el arrastre e imán de López Obrador es lo único que no puede copiar. Lo único y lo más importante.
Marcelo, por su lado, decidió que era momento de empezar la carrera. Tras dar un año de ventaja a su principal contrincante conocida, uso la campaña hidalguense como lugar para medir temperatura. Tras de ello, uso la maquinaria creada desde hace décadas para que la prensa comenzara a crear la percepción que, ahora sí, con Ebrard en campaña no había lugar para que Claudia tuviera oportunidades. Tweets, columnas, videos y visitas acordadas en llamadas telefónicas para dibujar a un Marcelo que es carnal y con carne suficiente para ganar la encuesta en el corazón presidencial.
Adán Augusto sabe que no la tiene fácil y transita por el camino más difícil: reconstruir un ministerio del interior edulcorado por misoginia e ignorancia para ser, ahora sí, el interlocutor político que tanto quería su hermano espiritual. Pero el camino al infierno está plagado de buenas intenciones, y el secretario López ha tenido que transgredir leyes y reglas para satisfacer al presidente López. Si gana, el sacrificio habrá sido recompensado. Nadie sabe lo que le pasará si sucede lo contrario.
Todos ellos a Merced de un presidente que los usa como distractor de los asesinatos -apenas esta semana contiene el día más violento del año-, tropiezos económicos -con una inflación que se pretende contener que no controlar vía un acuerdo endeble-, problemas en el sistema de salud -con cifras de exceso de mortandad del doble a las reportadas por el rockstar pandémico y millones de vacunas caducadas-, una política internacional azarosa, violencia insostenible, narco galopante y pobreza en crecimiento.
Un papel tremendamente pobre para un país que ve en esa caballada la única salida, puesto que la oposición no tiene nada ni nadie para contener la grilla o crear esperanza en una sociedad harta de la mentira y la manipulación.
A todo, solo falta que de esos tres no se haga uno, y que el candidato seguro del presidente esté escondido atrás de la Silla…o en Paseo de la Reforma.
Gonzalo Oliveros
