En el apartado que concede al examen de los étimos de la palabra corazón en su afamado diccionario el erudito Joan Corominas insulta al hígado y sobrevalora al símbolo de la vida: “el corazón es lo que hace los hombres, lo demás son pataratas”.
Y entre esas pataratas (cosas ridículas y despreciables) incluye al hígado: “Que en la denominación del hígado intervinieran factores culinarios (FICATUM: “preparado con higos”) es natural tratándose de una entraña que casi solo interesa como alimento; pero el enorme peso sentimental e ideológico que arrastra la palabra corazón no podía llevárselo un nombre anclado en el bajo piélago de la alimentación canina”.
¿Por qué este enorme rencor enderezado contra el hígado? En un pasaje de mi Mapa del libro humano, de inminente publicación, digo lo siguiente: “De los tres órganos más importantes acorde con la tradición del estudio del libro humano –cerebro, corazón e hígado- ninguno más vilipendiado a lo largo de los siglos como la glándula hepática.
Y ha sido despreciada por ignorancia primero y por ingratitud después. Durante añales se pensó, si nos ceñimos a la teoría de los cuatro humores, que el hígado era el productor de la bilis amarilla y, por ende, del mal carácter. Los seres más biliosos son los más irascibles. La otra bilis, la negra, fue considerada como la culpable de la melancolía.
El hígado, con ser el órgano más atareado del cuerpo humano, fue desdeñado por ser el provocador de los malos ratos y de los enojos. Habituado a faenar de manera incombustible, el hígado lamentó su malhadada suerte.
El hígado es, asimismo, la glándula más grande y más importante de la empresa humana y, por cierto, alienta una funcionalidad polivalente. El hígado hace las veces de alambique almacén y fábrica. Editor, erudito e inteligente: horas extras del Hércules fisiológico”. Y en este tenor prosigo mi encomio.
Increíble la inquina contra el hígado. Y cierro mi disertación: “La glándula hepática confirma la injusticia palmaria que entraña el aforismo: a la mejor mula, la mayor carga”. Incluso inteligencias prodigiosas como la de Joan Corominas lanzaron sus arponazos verbales contra la mansedumbre laboral del hígado.