Ayer, muy temprano, recibí la tristísima noticia acerca del fallecimiento de mi querida amiga Tere Sevilla.
Tere era académica de la Universidad Iberoamericana Puebla, doctora en filosofía, pero, sobre todo, una mujer con una vocación de entrega a los demás admirabilísima.
Me duele en el alma la pérdida. Recuerdo con nitidez, que la penúltima vez que la vi fue justo en Puebla, a propósito de la presentación de mi Mapa del libro humano por parte de mi entrañable amigo Armando Oviedo. Tere organizó el evento y, como siempre, dio muestras de generosidad y bonhomía.
Allá recordé lo que escribió Eduardo Galeano en su Vagamundo: “No se viene al mundo para ganarle a nadie: se viene al mundo para entregarse, para darse a los demás”.
Y lleva razón, como dicen los españoles. También rememoro que, cuando mi hermano Javier me avisó que Tere estaba muy enferma, le envié un palíndromo que reza:
“Allí ve: seré Tere Sevilla”, y a vuelta de correo obtuve su respuesta con gratitud y afecto.
Tere Sevilla fue solidaria por los ocho costados: por eso recordé, ahora que se ha ido, que ya no está, aquellos versos míos de la prehistoria, de Exhumación de la imagen:
“La gente no muere cuando desaparece/sino cuando nosotros, adentro, la matamos”.
De modo que Tere persiste en el corazón de quienes la conocimos, de quienes la quisimos. Tere Sevilla vive con su luminosa presencia.
Esto creo. Mi último mensaje fue: “Que Dios te cuide siempre, querida Tere”.