El último tren, cuentos y relatos de Rodolfo Esparza Cárdenas, es un libro animado por una prosa convincente y ágil que evidencia un estilo literario en plena madurez.
Rodolfo ha conseguido el delicado equilibrio entre tramas verosímiles, intriga creciente y dibujo de personajes atribulados por alguna carencia o enderezados hacia el cumplimiento de objetivos específicos, a veces matizados por una pátina de nostalgia.
Las historias han sido ambientadas en nuestras latitudes, en nuestros pagos, con el énfasis puesto en escenarios rurales.
Así, por ejemplo, en el cuento que abre el libro “Un apoyo inesperado”, el protagonista narrador centra la mirada en la estación El Tejocote, en la inminencia de la Semana Santa.
Otra de las virtudes narrativas de las historias de El último tren es el carácter impredecible de los desenlaces.
“El espadín” es un cuento estremecedor que cuya historia se desarrolla en la Sierra Mojada de Coahuila y que explica las vicisitudes de un objeto entrañable para sus poseedores.
“Romance fugaz” es un relato que muestra cómo es posible la emergencia del amor en las circunstancias más insólitas y, además, un amor enemistado con la gratuidad y el facilismo.
Hay un pasaje en “El maquinista” que me hizo recordar aquel memorable cuento de Hawthorne, donde alguien súbitamente se marcha sin avisar, sin dejar testimonio de su partida, y es éste:
“Pasaron los meses, y la ley del hielo aplicada por José a Bertha, era sumamente incómoda, la convivencia estaba verdaderamente enrarecida; desde luego, había motivos para que la situación no cambiara, pues Bertha, no dejó de ver a Raymundo hasta que decidió salirse de casa”.
En suma: mis parabienes, Rodolfo Esparza Cárdenas.