Los sistemas democráticos requieren de la participación libre de sus miembros en el ámbito público, especialmente en el comicial. Esto es importante porque las elecciones legitiman a quienes dirigirán las instituciones. Por esta razón es fundamental que la ciudadanía se haga presente a través de su voto; el no hacerlo representa muchos riesgos.
En los últimos años, un gran porcentaje de ciudadanos ha decidido abstenerse en los comicios y alejarse de la vida pública. Esto es una muestra de las actitudes antipolíticas; la desconfianza y el rechazo se han generalizado entre los individuos. Este fenómeno es grave; es un signo del distanciamiento creciente entre ciudadanía e instituciones, que lleva al vacío democrático.
La democracia se ha vaciado porque las personas han optado por retirarse de la esfera pública y refugiarse en su vida privada, decepcionadas de las prácticas de los actores políticos y de la ausencia de políticas gubernamentales favorables para la mayoría. También lo hacen porque quienes dirigen las instituciones públicas se han refugiado en ellas, fundamentalmente para satisfacer intereses personales o de grupo.
El desinterés por votar en las elecciones es una muestra clara del vacío democrático. Por eso resulta lógico que la evaluación de los comicios sea severa. En nuestra época ha cambiado la forma de interacción entre los individuos y las instituciones. Este hecho obliga a redefinir la democracia, pues la soberanía popular ha dejado de ser su eje principal.
El panorama actual obliga a una reflexión profunda sobre el sistema democrático. La ciudadanía y los gobernantes se distancian porque los partidos políticos han dejado de ser el vínculo que los une. Esto ocasiona que las instituciones no respondan a las demandas de la sociedad civil. A su vez, esta ha renunciado a participar en las organizaciones partidistas como una vía para solucionar sus demandas. En consecuencia, se agudiza el vacío democrático.
En este contexto, el abstencionismo presente el 4 de junio era predecible. Aunque haya disminuido respecto a 2011, 2005 y 1999, la ciudadanía se mantiene distante de las elecciones y duda de su capacidad para producir gobiernos democráticos. Por eso deben erradicarse las prácticas que abonan al clima de inconformidad. Hay que buscar alternativas para evitar que la brecha entre instituciones y ciudadanía se agrande en los próximos años. En buena medida el futuro del sistema democrático depende de ello.