Una inquietud constante en seres humanos es el afán de conocer los motivos y motivaciones de las personas. Se trata de indagar qué es lo que induce a tal o cual acción u omisión. Sobre todo, en aquellos que logran notoriedad.
Por más que se piense que la acción y decisiones son cosas propias, lo verificable es que se vive de acuerdo con valoraciones desvaloraciones apetecibles o despreciables, según las comunidades. Se puede convenir que los paradigmas son modelos, no suelen surgir en cada uno.
El valor en el mundo es el placer, lo mismo que el enriquecimiento. De aquí que se suponga que uno se mueve y empeña bajo la ideología, la creencia, de que a mayor placer y riqueza vivir es placentero, meritorio. Las personas más envidiadas son aquellas que gozan de bienes y deleites, y que es el sentido existencial preferible y aún necesario.
José María Guízar Valencia, El Z43, estaba dedicado a saqueos y despilfarros. Para lograrlo, este pobre hombre ya sometido, gustaba de ser apostador asiduo en las carreras de caballos del Hipódromo de las Américas.
Perseguido también por poderes estadunidenses, llegó a ser considerado suficientemente nocivo y por el cual se ofrecía una recompensa de 5 millones de dólares.
Tales pobres sujetos viven bajo la persecución constante y para paliar el acoso o satisfacer más su vida, llegó a alquilar un cuarto en un hotel en la colonia Roma, por el que pagaba una renta mensual de 20 mil pesos. Es muy difícil que un tipejo de estas condiciones trabaje solo por lo que estaba asociado y era jefe de plaza en Tabasco para el cártel de Los Zetas.
Se logró su captura sin que hubiese violencia armada. Cómplices suyos fueron militares desertores del grupo “Aeromóvil de Fuerzas Especiales”, cuerpo selecto del Ejército que creó a Los Zetas y sus miembros se convirtieron en sicarios del capo Osiel Cárdenas Guillén. Se repudian sus maldades al punto de que Barack Obama los tipificó en 2011 como una “inusual y extraordinaria amenaza a la estabilidad de los sistemas políticos y económicos internacionales”.
No se puede vivir tan solo en la clandestinidad y hacían, hasta donde pudieron hacer, “vida social”. Tenían reuniones y se exhibían como amigos o familiares y cumplían los ritos de la vida ajena a sus perversiones sociales.
Celebraron bodas en las cuales se daban los juegos del padrinazgo, como fue el caso del extinto líder Heriberto Lazcano, El Lazca.
La maldad tiene inevitable conclusión y no hay tareas ni personajes que prevalezcan para siempre, como es el caso del Z43 y sus semejantes en todo el país. Y así se ha menoscabado este cártel, aunque sobreviven y sobrevivirán otros.