Llama la atención que el presidente de Morena se haya sentido obligado a dar una larga explicación para disculparse por haber tomado unos cursos de superación personal hace algunos años. La carta es interesante, dice que se ha pasado la vida estudiando: en el ITAM, la UNAM, la Universidad de Essex, Yale y Harvard “entre otras”. Y dice que “en ese contexto” asistió a “programas de gestión de liderazgo y éxito corporativo” de la Sociedad de Protectores (SOP), del Executive Success Program de Nxivm. Dice también que fue “engañado”, aunque no explica en qué consistió el engaño, si es que no le dieron el curso o no tuvo éxito.
El pequeño escándalo, la urgencia de las explicaciones, no tiene que ver tanto con los muchos delitos por los que está en prisión Keith Raniere como con el hecho de que entre los responsables en México estuviesen los hijos de Carlos Salinas. Es un extremo curioso de la falacia de “culpa por asociación”, con la que nos ahorramos casi cualquier discusión política.
La sociedad Nxivm era una secta como tantas otras: el negocio de un megalómano que consigue adeptos a partir de unas pocas ideas más o menos extravagantes, un eslogan pegadizo, algo de mímica ritual, cintas de colores. Unas tienen más éxito que otras: la Iglesia de la Luz del Mundo, el Opus Dei, la Cienciología, la Iglesia de la Unificación, en general ofrecen una experiencia religiosa o un sucedáneo de experiencia religiosa, pero con promesas muy concretas, tangibles, inmediatas. Y suelen ser un buen negocio hasta que la autoridad fiscal hace las cuentas. El atractivo de Nxivm consistía en que enseñaba a sus adeptos a no sentirse culpables: “elijo no ser víctima”, “tengo derecho al éxito”. La Sociedad de Protectores era una rama de la empresa dedicada a la orientación de la virilidad: “Los hombres controlan el mundo, las mujeres deben estar subordinadas”, “Las mujeres son volubles y oportunistas… actúan como princesas, o como bebés histéricos”.
A esos cursos, también lo dice la carta, asistían cientos de personas: empresarios, políticos, periodistas. El problema es ese. El problema es que nuestras elites asisten a cursos sobre liderazgo, éxito, espiritualidad, superación personal, impartidos por charlatanes, y se dejan impresionar por unos cuantos trucos de feria, pagan a cualquier mentecato para sentirse bien, para descubrir el secreto del éxito, para ligar o para estar en comunicación con su yo interior. “En busca de su desarrollo personal y profesional”, como dice el presidente de Morena, no se les ocurre abrir un libro, sino comprar un boleto para algún circo, como la majadería de “La ciudad de las ideas”. El problema, el que importa, es que nuestras elites no tienen ningún respeto por la educación: pueden poner “en el mismo contexto” los estudios en la UNAM o la Universidad de Essex, y las pláticas de una empresa de autoayuda.
No hay para extrañarse si los diputados cancelan los fideicomisos para financiar la educación superior o eliminan las becas de posgrado, o llaman universidades a las escuelas de artes y oficios: de verdad, no ven que eso importe. Y están a tono con el resto de las elites.