La epidemia nos ha dejado, de momento en Europa, una larga serie de mensajes optimistas, gestos, escenas edificantes. En la prensa, dos de cada tres artículos dicen que nada volverá a ser igual, y lo dicen como algo positivo. Se supone que la enfermedad hará que valoremos lo que de verdad importa y nos hará más solidarios, más generosos, mejores. Para muestra, un abanico de declaraciones: “Tenemos la oportunidad de reinventarnos como sociedad”, “Nos va a llevar a empatizar con los problemas de cada persona”, “Hemos remado juntos, no debemos olvidarlo”, “Percibo un creciente humanismo en las relaciones”. También hay quien piensa que la epidemia servirá para fortalecer a la familia, la comunicación con los hijos, los valores.
Todos hemos visto la conmovedora escenificación de ese mundo nuevo en las calles de Madrid, de Roma, cuando la gente sale a aplaudir al personal sanitario. Y hemos visto a los vecinos cantando desde los balcones. En Alemania, según parece, el espíritu cívico se manifiesta sobre todo en las llamadas para denunciar a los vecinos que tratan de evadir el confinamiento para dar un paseo (está claro que no tiene nada que ver con otros episodios de la historia reciente de Alemania, porque ahora se trata de defenderse de una plaga especialmente insidiosa: los positivos asintomáticos).
Las expresiones de solidaridad son emocionantes. Gran titular y plana completa del Bild Zeitung dedicados a Italia: “¡Estamos con ustedes!”. En el Corriere de la Sera, Paolo Valentino corregía el titular: “¡Estamos con ustedes! (pero arréglenselas solos)”. En el texto del Bild había frases indispensables: somos como hermanos, lloramos juntos a los muertos, y el repertorio que se puede imaginar: el tiramisú, la Toscana, la pasta, la pasión, el Campari, como si en Italia nadie trabajase; la despedida: “Adiós Italia, nos veremos pronto para tomar un vaso de vino tinto...”, porque es lo que se hace en Italia, donde siempre son vacaciones. No había una línea sobre el apoyo financiero que ha solicitado el gobierno italiano. Y se entiende: el europeísmo del Bild llega hasta donde llega, y una cosa es tomarse un vaso de vino tinto, y decir que somos hermanos, y otra cosa es hablar de dinero.
Otra postal de estos días: habitantes de La Línea, en Cádiz, trataron de impedir que entrase al pueblo un grupo de ambulancias que llevaba a 28 ancianos trasladados de una residencia de Alcalá Del Valle, donde corrían el riesgo de contagiarse: “¿Y ahora qué nos vais a traer, a todos estos infectados que van muriéndose en el autobús?”. El motín quedó en eso, empujones y pedradas, porque la Policía Nacional puso guardia para proteger la residencia de La Línea.
Otra más. El gobierno español, en línea con los de Polonia y Hungría, ha propuesto a la Comisión Europea prohibir absolutamente el ingreso de inmigrantes africanos al territorio comunitario. En el mundo de antes, en el ayuntamiento de Madrid había una manta que decía: “Refugees welcome” (cuando no había el riesgo de que ningún refugiado llegase a Madrid). Esto es otra cosa, un mundo nuevo, pero ¡se parece tanto al viejo!